Las endebles pateras siguen cruzando el Estrecho. Cada vez son más, pero su rutina ha acabado por insensibilizar incluso a los más solidarios. Instalado en Marraquesh, Juan Goytisolo las ve partir hacia el mundo rico, ese mundo al que él mismo renunció. Poco amigo de las entrevistas, el escritor accede al encuentro en un hotel de Madrid, durante una breve estancia para presentar España y sus ejidos (editorial HMR), una recopilación de ensayos y artículos periodísticos sobre los movimientos migratorios publicados en los últimos 40 años. Se muestra relajado tras su paseo matutino. Pero en su pétrea mirada parecen escritas las advertencias de su editor: un error de actitud, una frivolidad o una adulación excesiva y dará por acabada la charla abruptamente.

Leyendo España y sus ejidos llama la atención que usted siempre escriba desde el orgullo pero sin atisbo de vanidad. ¿Es el orgullo el secreto de los librepensadores?

--Según qué se entienda por orgullo.

--Exceso de estimación propia, aunque sea por causa noble.

--Entonces no, no escribo con orgullo. Sería más ajustado decir que escribo con independencia. Desde los 12 años me siento un ser independiente y es ese impulso el que ha determinado toda mi vida y mi obra.

Usted ha sido testigo de las guerras de Bosnia y Chechenia. Ha vivido en Estambul, El Cairo, Nueva York... Ha visto la inmigración española desde París y la magrebí desde Marraquesh. Con tan vasta experiencia, ¿cree que alguna barrera policial o legal frenará la llegada masiva de inmigrantes?

--Todas las leyes de extranjería están condenadas al fracaso, son injustas e inaplicables. La naturaleza tiene horror al vacío y los puestos de trabajo que no quieran los españoles serán ocupados por extranjeros. En los últimos años siempre ha habido un doble discurso. Se habla de la avalancha, la invasión. Y por otro lado, los informes económicos hablan de que España necesita 230.000 inmigrantes por año teniendo en cuenta el envejecimiento de la población y las necesidades laborales. Pues bien, hay que ponerse de acuerdo y facilitar trabajo a estos trabajadores.

Legalizarlos es darles derechos. Y es precisamente eso lo que se les escatima. Parece que interesa que vengan, pero cuanto más vulnerables sean, mejor para el poder. Eso crea una grave crisis en el Estado de Derecho, porque ahora hay dos barras de medir la justicia.

--Sí, el término ilegal resulta indecente en la boca de un demócrata. Caminamos hacia el lugar donde se pudren los perdedores, donde se pudren la Declaración Universal de los Derechos Humanos y la Carta de las Naciones Unidas. Es terrible que se ensañen con los inmigrantes en lugar de perseguir a las redes mafiosas y a los empresarios que se lucran pagando por debajo de lo legal. No puede haber hombres ilegales. Hay empresarios ilegales, mafias ilegales.

¿A más barreras, más mafias?

--Sí, y unas mafias cada vez más internacionales. La mundialización de capitales se ha extendido también a las mafias. Hace dos veranos en Tánger había más de 200 chinos esperando dar el salto. ¿Qué hacían estos 200 chinos en Tánger? Desde luego no habían llegado allí a pie.

Tras los sucesos xenófobos de El Ejido usted dijo que todos sus avisos habían caído en saco roto. ¿De qué nos avisa ahora?

--No soy futurólogo ni adivino. Lo único que puedo decir es que estos movimientos continuarán con las guerras, las hambrunas y las epidemias. Los medios audiovisuales avivan el apetito, es el efecto llamada de las televisiones parabólicas. Cuando la llegada masiva de los albaneses a Italia, todos decían que sólo estaban de paso, que su destino era Dallas. Habían visto la serie Dallas y soñaban con unas migajas de esa riqueza. Una frase que me impresionó fue la de un albanés que dijo: "He visto en vuestras televisiones que aquí dan de comer a los gatos con cucharillas de plata, ¿por qué tienen que tratarme a mí tan mal?".

Europa no parece estar en condiciones de alimentar a nadie con cucharillas de plata.

--Claro, la bajada del dólar es una forma de invadir Europa de productos estadounidenses. La verdadera guerra es económica, y ahí Europa también ha perdido, aunque Aznar espere su recompensa por apoyar la guerra. Extremo Oriente, Estados Unidos y Europa pelean por dinero.

¿No influye la religión?

--La religión a menudo se usa para tapar algo. Pero la combinación de religión y hambre es imprevisible. Por ejemplo, los atentados de Casablanca. ¿Cómo es posible que unos jóvenes se autoinmolen? Se sabe que muchos habían intentado entrar a España en patera y la desesperación les ha matado. En México y en Río de Janeiro la gente mata, pero nadie se suicida por fe. Están dispuestos a matar por cinco dólares, pero no a inmolarse. Seguramente, a los musulmanes la religión les influye por ese paradisíaco más allá que promete el Corán, pero es el hambre lo que les desespera.

Desde luego, el cielo cristiano genera muchas menos pasiones, pero también Bush actúa en nombre de Dios y contra el eje del mal.

--A mí nunca me convenció el cielo. De pequeño, el infierno me daba miedo, pero el cielo resultaba de lo más aburrido. El infierno atraía mucho más, en él estaban todas las actrices y todas las perversiones. La tradición católica no ha sabido explotar el mito de la inmortalidad. En el cielo cristiano escasea la diversión.

¿No evitarían muchos problemas los países ricos inyectando empleo y educación en las zonas conflictivas?

--Claro, pero vivimos un momento de irracionalidad total. Una pequeña parte del presupuesto de los países ricos acabaría con el hambre en el mundo, pero esto no se aplica. Antes, la burguesía tenía una perspectiva de una o dos generaciones. Ahora es la ganancia inmediata. La forma en la que están agotando los acuíferos o los hidrocarburos sin prever las soluciones de recambio es una muestra de que sólo piensan egoístamente. Para EEUU y sus aliados es: Después de mí el diluvio .

Pero el diluvio también está salpicando a ese club de países ricos con derecho de admisión. Y la asimilación de ese contingente humano pasa por la educación, pero los políticos no están por la labor.

--Sobre todo en España. Tras los sucesos de El Ejido, a los políti