Todas las ciudades quieren uno. Pero lo del Guggenheim de Bilbao no se ha vuelto a repetir. Al menos, de momento. El prodigio de titanio de Frank Gehry fue odiado en sus inicios. Sin embargo, terminó convirtiéndose en el motor del cambio y la modernización de una ciudad gris con pasado industrial. La repercusión del museo ha sido tan descomunal que hasta ha dado origen a la expresión efecto Guggenheim. La pinacoteca cumple 20 años (abrió sus puertas al público el 19 de octubre de 1997) y hablamos de su pasado, presente y futuro con su director, Juan Ignacio Vidarte (Bilbao, 1956), que lleva al frente de la institución desde que no era más que una idea simple y revolucionaria. El lema del 20º aniversario es El arte lo cambia todo.

-¿Cómo sería hoy Bilbao sin el Museo Guggenheim?

-Distinto, sin duda.

-¿Peor?

-Creo que sí. No es difícil hacer historia ficción. El impacto que ha tenido en la ciudad ha sido notable y positivo. El museo se planteó en esos términos. Desde su origen pretendía ayudar a Bilbao en su proceso de transformación y contribuir a su proyección exterior. Ha aportado mayor nivel de confianza y autoestima a la ciudadanía para ser capaz de afrontar los cambios.

-Hay hasta libros dedicados al efecto Guggenheim. ¿Alguna institución cultural ha causado algo similar?

-No. No hay ningún caso. Ni en España ni fuera.

-Cuando se lanzó el proyecto, en los 90, Bilbao estaba azotada por el terrorismo y el paro. Se les acusaba de tirar el dinero. A usted le tiraron huevos durante una presentación.

-Sí, en la primera, en 1993. Fue controvertido. No hubiera sido razonable que no lo hubiera sido. Este era un proyecto de transformación que pretendía ser disruptivo, algo que no se había hecho antes. Tiene lógica que en su inicio se acogiera con escepticismo.

-Hostilidad más bien.

-Que venía de frentes diversos. Había incomprensión. ¿Por qué un proyecto cultural iba a tener un efecto tan profundo, también en la economía? ¿Por qué asignar recursos a un proyecto cultural en lugar de ayudar a empresas en crisis? ¿Por qué crear una institución nueva cuando ya existían otras? La propia arquitectura también fue cuestionada. Muchas personalidades la criticaron.

-El escultor vasco Jorge de Oteiza el primero.

-Fue un antagonista, pensaba que el Guggenheim iba a ser cultura Disney. Nos decían que esto sería un Hiroshima en el País Vasco porque iba a drenar todos los recursos dedicados a la cultura. Cuántas discusiones. Una parte del éxito viene derivada, precisamente, de ser un proyecto innovador. Si llega a salir mal, mucha gente se habría alegrado.

-La plaza de acceso se llama José María Aguirre, un ertzaina que fue asesinado por ETA unos días antes de la inauguración.

-Fue asesinado por evitar un atentado. Hablando de hostilidad, no olvidemos que durante una parte importante de la construcción el museo fue objetivo de ETA. Tuvimos que asumirlo.

-Buena noticia que sean tiempos superados. Hablemos del presente. ¿Hasta qué punto el Guggenheim es más una experiencia turística que cultural?

-El Guggenheim pretende ser siempre una experiencia cultural dirigida a un público universal. Queremos ser una institución popular, no populista. Cada público tiene expectativas diferentes. Y es función del museo ser capaz de poner a disposición de todos las herramientas para que la experiencia sea gratificante y enriquecedora.

-Ustedes, entonces, también acogen y miran con cariño a los que vienen solo a hacerse la foto con Puppy o Mamá, obras gratuitas ubicadas en el exterior.

-Sería un sinsentido que nos interesara más un público que otro. Tenemos que ser respetuosos y no partir de juicios de valor. A veces se desprecia al turista, pero todos lo somos. Otra cosa es los que quieren una experiencia.