Nuevamente, lo hacen: dejar sin traducir un título cuando se molestan en hacerlo con la totalidad de los diálogos. En fin, ellos sabrán. Pero el boca a boca así es más difícil que funcione. Publicistas hay en las distribuidoras y sus razones tendrán, supongo. Lo que se podría haber titulado en la versión española como El artista del desastre es el último largometraje del actor (también lo protagoniza) y realizador James Franco, basado en el relato autobiográfico que escribió Greg Sestero después de trabajar como actor en la considerada como peor película de la historia del cine (The room, 2003) y donde se describe su relación con Tommy Wiseau, el misterioso director de esta producción, hoy de culto para muchos que aún siguen llenando las salas en su exhibición. He de reconocer mi sorpresa cuando llegué a la sala donde se proyectaba en versión original el pasado martes y la encontré con bastante público (no es habitual, ojalá se convierta en costumbre).

El filme viene precedido de premios como la Concha de Oro a la mejor película en San Sebastián, o el Globo de Oro al mejor actor de comedia. Podría estar enmarcado en ese género que nos sitúa dentro de la fabricación de una producción cinematográfica, lo que se conoce como cine dentro de cine, y hay que reconocerle al responsable la fidelidad con que han sido recreados los pasajes del filme original, pudiéndose contemplar y comparar durante los últimos minutos del metraje, donde se antepone el antes y el ahora de cada toma filmada con similar ambientación, enmarque y actuación (los hermanos Franco bordan sus papeles, clavando a los personajes que interpretan). En un tono de comedia, asistimos a toda una fiesta de lo cinematográfico, pero sin abandonar el retrato de esta relación entre dos aspirantes a entrar en el mundo del séptimo arte, aunque sea por la puerta de atrás.