La compositora rusa Sofía Gubaidulina (1931) fue galardonada ayer con el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en su categoría de Música Contemporánea por sus «extraordinarias dotes musicales y humanas» y haber sabido mantener su integridad artística a pesar de las dificultades. «Este es uno de los momentos más importantes de mi vida. El objetivo que me propuse desde mi infancia hasta mi vejez por fin está cuajando en algo real, en algo sublime como este premio que me están otorgando», dijo en conexión telefónica desde Appen (Alemania), donde vive desde 1992. El jurado, explicó el director de la Fundación BBVA, Rafael Pardo, destacó que sus obras demuestran el «excepcional alcance y la calidad» de su música, construida sobre una diversidad de tradiciones «de forma tan personal como innovadora», y su «gran espiritualidad». «Mi gratitud es un testimonio de que el arte tiene que seguir el camino del bien y realizar los demás sublimes deseos de la humanidad. El mundo necesita que la gente no sólo se divierta sino necesita mantener la espiritualidad de nuestra existencia», añadió la galardonada. Explicó que solo cuando era muy joven intentó hacer algo de ópera pero que desistió porque la música sinfónica la «absorbió demasiado: la ópera incluye una participación del compositor en un mundo demasiado material, obliga a quedarse a ras de tierra, por eso, en cierto modo, la he rechazado en favor de otros géneros que me hacen elevarme».

«La tendencia que he tenido desde mi infancia ha sido siempre universalizarme e intentar abarcar el mundo en su totalidad. Así que aunque tenga presentes mis raíces, las ramas de mi obra están en todo el mundo», añadió la compositora. El jurado señala en su fallo que Gubaidulina, nacida en Chistopol, en la República Tártara de la exURSS, ha sabido mantener su integridad artística «incluso cuando estuvo en las listas negras del régimen soviético».

Gubaidulina fue incluida en 1979 en una lista negra de compositores sospechosos para el régimen, aunque también tuvo valedores como Dmitri Shostakovich -quien la animó a «perseverar en su camino erróneo»- o ilustres colegas como Mstislav Rostropovich, Vladimir Tonkha y Friedrich Lips.

La premiada estudió piano en el conservatorio de Kazan, a orillas del Volga, y se trasladó a Moscú para estudiar composición con maestros como Nikolai Peiko -asistente de Shostakovich- y Vissarion Shebalin. En 1975 formó, junto a sus colegas Viktor Suslin y Vyacheslav Artyomov, el Ensemble Astreia, que se especializó en la exploración del folclore del Asia Central, algunos de cuyos instrumentos incorporó en sus composiciones. Su reconocimiento internacional se produjo en la década de 1980, especialmente gracias al decidido apoyo de músicos como el violinista Gidon Kremer, al que dedicó su concierto Offertorium.