Santiago Segura deja al margen aparcado su Torrente para, como Álex de la Iglesia con Perfectos desconocidos, versionar una película original de otro autor de otra cinematografía. Si De la Iglesia lo hizo con una producción italiana de Paolo Genovese, Segura lo hace ahora con una chilena: Sin filtros, de Nicolás López. No creo que esta moda del remake obedezca, en alguna medida, a la falta de ideas. No obstante, fuera de dudas está el éxito de taquilla que han obtenido últimamente comedias made in Spain, aunque su origen no esté precisamente ubicado ahí, sino allende de nuestras fronteras.

Toda una declaración de principios sobre el género la que realiza el director cuando filma un plano que comparte la protagonista, mientras conduce, con Alaska mientras canta algo así como «...no quiero más dramas en mi vida sino comedias entretenidas...», un tema original de la banda Fangoria.

Y es que Maribel Verdú (lo mejor de Sin rodeos, como siempre) encarna a una mujer peleada con el mundo que para ella es su pareja (un cuentista pseudoartista que no le hace la vida nada fácil) y el impresentable hijo de éste (de tal palo, tal astilla), su jefe (un niñato que ha heredado la empresa de su padre y la utiliza a su antojo), su vecino (un juerguista que cada noche organiza molestas fiestas de madrugada), su amiga (que no escucha más que mensajes de móvil), su exnovio (que no deja de mensajearse con ella) y su hermana (sólo vive para su gato)...

En definitiva, que la amargada protagonista, después de la gota que colma el vaso cuando le ponen como jefa a una joven especialista en redes sociales, acude a los servicios de un brujo que le entregará una pócima que le cambia la vida y transformando su forma de actuar diciendo a cada cual lo que piensa sin tener en cuenta las consecuencias de ello.

En fin, la comedia cumple su misión: entretener y arrancar alguna que otra carcajada entre el público. Y su responsable demuestra ser un buen director de actrices: basta con asistir al monólogo que se marca Candela Peña.