En algún momento de la vida, uno se encuentra con Cervantes. Sergio Ramírez -galardonado hoy en Alcalá de Henares (Madrid) con el premio más importantes de las letras hispanas- lo hizo de la mano de Luisa Mercado, su madre y profesora de Literatura en el colegio. El escritor, periodista, político y abogado nicaragüense tuvo “la infinita suerte” de ser su alumno. Ella le enseñó a leer, amar y respetar al Quijote, personaje al que, a sus 75 años, sigue venerando.

Ramírez escribe entre cuatro paredes, en un despacho al que le gusta llamar “cápusula”. Y ahí se encierra cada día -sin teléfono y sin acceso al correo electrónico- desde muy temprano. Pero las ventanas del despacho están abiertas. Porque como novelista no puede ignorar “la anormalidad” de la realidad en la que vive. Por eso, antes de comenzar su discurso de agradecimiento por el premio Cervantes, el autor de 'Margarita, está linda la mar' hizo mención a lo que está ocurriendo estos días en su país natal [multitudinarias y sangrientas protestas en la calle en contra de la reforma de la seguridad social que han provocado 27 muertes] y dedicó el prestigioso galardón a “la memoria de los nicaragüenses asesinados por reclamar justicia y democracia”. También tuvo palabras para los manifestantes, en su mayoría, “jóvenes cuyas armas son solo unos ideales y que están luchando para que Nicaragua vuelva a ser república”.

Sin tomar partido

El discurso de Ramírez -que acudió a la Universidad de Alcalá con su esposa, sus tres hijos y sus ocho nietos- fue serio, intenso y solemne. Sus palabras encerraron toda una clase magistral para futuros escritores. Concretamente, novelistas. En su opinión, la historia siempre se ha escrito “a favor o en contra de alguien”. La novela, sin embargo, no toma partido porque si lo hace arruina su cometido. “Una novela -sentenció- es una conspiración permanente contra las verdades absolutas”.

El novelista no puede cerrar los ojos a la realidad que le rodea y abruma. En el caso de Ramírez, un realidad llena de “caudillos disfrazados de libertadores que ofrecen remedio para todos los males”. También de “caudillos del narcotráfico, exiliados centroamericanos en la frontera de Estados Unidos y trenes de la muerte que atraviesan México”. Cerrar los ojos, apagar la luz y bajar la cortina es "traicionar el oficio". "No hay nada que deba ser más libre que la escritura", que -según el autor nicargüense- deja de ser tal cuando paga tributos al poder, un poder que cuando no es democrático solo quiere fidelidades incondicionales.

Ideales revolucionarios

En presencia, entre otras autoridades, de los Reyes, Felipe y Letizia; el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy; y el ministro de Cultura, Íñigo Méndez de Vigo, Ramírez ha recordado cómo un día se apartó de la literatura para convertirse en vicepresidente de su país en el gobierno sandinista (1985-1990). Lo hizo llevado por los ideales revolucionarios porque, a esa edad, seguía siendo “un niño ansioso de coger un mandoble para ayudar a don Quijote a descabezar malvados”. Esos años de política, en los que robó horas al día para seguir escribiendo, fueron los mejores tiempos. Y, al mismo tiempo, los peores. Años de locura, fe, fulgor y tinieblas. “La primavera de la esperanza, el invierno de la desesperación”.

Devoto de lector de Cervantes, Ramírez concluyó su discurso recordando a otros escritores que le marcaron a fuego y de los que siempre se sentirá en deuda: Rubén Darío, Cortázar, García Márquez, Carlos Fuentes y Mario Vargas LLosa.

El autor de 'Castigo divino' no solo habló de literatura sino que también tuvo palabras preciosas para su familia. Sobre todo, para su esposa, Gertrudis Guerrero, Tulita, con la que lleva casado 35 años: "A ella le debo mi oficio en muchos sentidos. Ella, mejor novelista que yo, ha inventado mi vida. También les debo muchas cosas a mis hijos y mis nietos, mi prole de la primavera del patriarca, de la que me siento tan orgulloso como dichoso".