Al final le falló el corazón, que tanto empuje y fortaleza había dado a este hombre arrollador y sorprendente hasta el final, rebelde y libre como los Quijotes que dejó sembrados por medio mundo durante décadas de genialidad. Aurelio Teno falleció en la madrugada de ayer a los 85 años en la Cruz Roja de Córdoba, donde fue trasladado días atrás desde el Monasterio de Pedrique, un universo mágico forjado a su medida. Será enterrado hoy en Villaharta, tras el funeral que se celebrará a las once de la mañana en esa localidad.

Si se cumplen sus deseos, los restos del artista que, nacido en las Minas del Soldado (Villanueva del Duque), emprendió pronto el vuelo a otros parajes, reposarán para siempre bajo el monumento que dejó esculpido a propósito. Se trata de una enorme escultura en bronce, a la que puso el nombre de El rey de la cetrería , que no es sino su propio yo: un coloso empujado por todas las fuerzas de la tierra madre empuñando un águila presta a emprender el vuelo eterno. Junto a ella incluso se atrevió a posar --bromista y de fatal lucidez que era-- cuando el pasado mayo nos recibía en su casa. Fue una entrevista en la que, sincero y desgarrado, Teno dejaba al descubierto su humanidad doliente.

"Lo primero que hago es dar gracias a lo divino por el nuevo día, y luego me siento al sol bajo la morera. Pero no estoy trabajando, para eso tengo que estar motivado y ahora me siento vacío". Fueron las palabras de despedida de un hombre que, si bien se aferró a su arte hasta que no pudo más --estaba ilusionado con acabar una impresionante obra de tauromaquia--, en realidad había ido muriendo día a día por los zarpazos inesperados del destino, que da donde más duele. En su caso, como en el de su mujer, la discreta Mari, fue la muerte de uno de sus hijos y el proceso de otro por un turbio crimen que al agresor le costó la cárcel y en el padre desató un tormento existencial reservado hasta entonces a su obra.

El artista no era ya el tipo recio y seductor que había paseado por exposiciones y galerías de Europa, EEUU e Hispanoamérica su atrevida presencia --trajes brillantes, coloridos pañuelos, melena al viento-- y unas maneras aflamencadas que, como todo en Teno, eran el canto "telúrico y cosmogónico" (le encantaba todo lo tremendo y esdrújulo) de un personaje apasionado y singular. Poco quedaba ya del aventurero que emprendió carrera hacia Madrid, París y el universo en busca de aquellos "pellizcos" con que definía su arte. Y hasta a él mismo le costaba ya reconocerse en el chaval ambicioso que había aprendido a esculpir con Amadeo Ruiz Olmos y luego el oficio de joyero, que tanto le sirvió para tratar la materia grande y la pequeña, desde el simple leño al más preciado metal, con una extraña mezcla de fuerza bruta y sutileza.

Pero a pesar de saberse "hundido y hueco", el artista intentaba seguir siendo el luchador vigoroso y lleno de proyectos de siempre. Y aún se asomaba a la mirada triste de quien no mucho antes se había reído hasta de su sombra aquel otro Teno que, como Ulises, no se sintió completo hasta que tras un largo e intenso periplo regresó a su patria allá por los años ochenta.

Para ello escogió un viejo monasterio desamortizado, en el término de Pozoblanco, cerca de la bocamina en la que vino al mundo, como tanto le gustaba recordar. Y así fue como, siguiendo "la campanilla de su ángel" --decía escenificando el azar de su vida-- halló en Pedrique reposo e inspiración. De modo que el creador cosmopolita empezó a saborear los placeres aldeanos --a su manera, pues era culillo de mal asiento y desde Pedrique se pegaba sus buenas escapadas--. Traía en la maleta premios internacionales y un reconocido prestigio respaldado por los mismísimos Reyes de España, que inauguraron en Washington (1976) uno de sus más famosos monumentos. Y en Pedrique, hoy propiedad del Ayuntamiento pozoalbense, montó hogar, museo y taller del que fueron saliendo en su peculiar estética feísta majestuosas águilas, princesas colombinas, monjes y brujos como heridos por un rayo. Y Quijotes, muchos Quijotes. Héroes solitarios como Teno, que desprendido ya de ataduras y azares, cabalga para siempre libre.