Con unos minutos de más, y frente a dos tercios de la entrada, Robe y sus músicos abrieron juntos con El cielo cambió de forma. Y apenas tardaron en demostrar un par de cosas realmente importantes. A saber, que, como los grandes de verdad, suenan mejor en directo que en estudio. Además de la presión, muy bien conseguida en un auditorio difícil para la sonorización como La Axerquía, y los matices, tampoco fáciles de manejar si encima tienen como protagonistas a instrumentos poco sospechosos de rudeza como un clarinete o un violín, los músicos ya subieron enchufados.

Y la segunda, que el campo en el que se mueve el autor extremeño con sus dos últimos trabajos es una demostración sensacional de madurez creativa más allá de los clichés clásicos de tralla y metralla que, no obstante, seguro volverán. Como también les ocurre a los grandes de verdad.

Así que el concierto de Robe en esta 37ª edición del Festival de la Guitarra, casi el banderazo de salida, fue un paso más de su gira 2017, a la que ha llamado Bienvenidos al temporal y en la que interpreta las 18 canciones de Lo que aletea en nuestras cabezas y Destrozares, esos dos últimos trabajos, y en la que la única concesión a Extremoduro aparece al final con Si te vas. Por el camino, Robe divide en dos el set con un descanso entre medias de 15 minutos, un corte poco habitual que pretende marcar las diferencias entre las canciones, supuestamente más reposadas, para escuchar con más atención, en la primera, y con el espíritu de venirse arriba en la segunda. 10 en el primer tramo, con Robe sentado y ligeramente por detrás en la línea imaginaria del escenario, y nueve en la segunda, ya de pie y adelantado y al centro.

Después del inicio, apenas unos ligeros saludos para embocar del tirón Hoy al mundo renuncio, Por ser un pervertido y Donde se rompen las olas. Sobresalientes los músicos: Carlitos Pérez al violín y David Lerman al clarinete -que cambiaba por el bajo- junto a Álvaro Rodríguez al piano.

En este capítulo, mención especial para Alber Fuentes a la batería, que, alineado con el resto y quedando bien a la vista, soltaba muñecas y brazos con precisión de metrónomo y estética tribal. Y mención aún más especial para Lorenzo González, que tan pronto tocaba el bajo cuando Lerman se ocupaba del clarinete, que acompañaba en las voces a Robe. Bueno, no lo acompañaba, le iluminaba las armonías. Magnífico. Uno de los mejores momentos fue sin duda la interpretación de La canción más triste. Amargura y rabia no fingidas. Arte.

Y luego, el descanso, y luego subiendo «caña» con Cartas desde Gaia y ocho piezas más para cerrar con Un suspiro acompasado y la sensación de asistir a un concierto de los de verdad. De esos que dan los grandes y que apenas necesitan otra cosa que escucharlos para saber vivirlos.