‘LA VOZ DORMIDA’

INTÉRPRETE: Laura Toledo

DIRECCIÓN: Julián Fuentes

ADAPTACIÓN: Cayetana Cabezas

La Sala Polifemo del Teatro Góngora recibió con el aforo completo a La voz dormida, adaptación teatral de la novela homónima de Dulce Chacón. Sobre el escenario, Laura Toledo inicia las notas de este monólogo con la única presencia de una figura masculina, anónima e inmutable. Pepita es el único personaje que aparece físicamente rodeada de una magnífica escenografía muy simple, pero potente: una gran tela de araña que confluye en una máquina de coser que usa para subsistir en el día a día y que al final desmontará pieza a pieza para, de esta forma, presentar frente al público el cadáver de su esposo. Tela de araña de la vida, de la cárcel de Las Ventas, de la represión, y que a la vez envuelve las distintas historias que narran, a través de la voz de Pepita, los distintos personajes.

La presentación de estos se puede considerar un primer acto, a pesar de que Hortensia, su hermana encarcelada, Tomasa, Reme, doña Celia, don Francisco, Paulino, Felipe o Jaime estén un tanto diluidos en sus muestras de fragilidad, de si son vulnerables o no, aunque sirven para acercar las pistas necesarias para conocerlos. Estos, a lo mejor excesivamente definidos como buenos y malos. El texto va al grano desde el principio. Laura juega con los matices de cada uno de ellos, pero sin la posibilidad de dobles lecturas. Son presos de amor y de sus convicciones políticas, de una idealización de los acontecimientos que se narran, acaecidos en el período entre 1939-1963. Represión resultado de la guerra civil, realidad, vida y sufrimiento. Escenas aludidas como la de la madre que no reconoce a sus hijas dentro de la cárcel, la de su hermana Hortensia, condenada a muerte que se hará real tras el nacimiento de su hija, la de la carcelera que muestra buenos sentimientos hacia las presas, la de ella misma colaborando con el maquis, y muchas más.

Pero también es la historia personal de Pepita y de su amor por Jaime, el preso al que esperó más de veinte años para poder casarse. No hubiera quedado mal una mayor complicidad entre ambos en la última parte de la obra para dejar patente que la lucha de Pepita Patiño fue, ante todo, por amor. Un amor que trascendió más allá de la vida y de la muerte a través de la magnífica interpretación de Laura Toledo que vio su excelente trabajo recompensado por cerrados aplausos.