A los 49 años, tras acumular grandes trabajos interpretativos y laureles como el Oscar, decidió dirigir una película. El resultado, la personalísima adaptación shakespeariana Coriolanus (2011), le sirvió para demostrar que ponerse tras la cámara no había sido solo un capricho. Ahora lo confirma con La mujer invisible , que recrea el romance prohibido que Charles Dickens -interpretado por él mismo- mantuvo durante los últimos 13 años de su vida.

--Después de 'Coriolanus', aseguró que no volvería a ponerse delante y detrás de la cámara a la vez. ¿Por qué se ha desdicho?

--Al principio no quería volver a hacerlo, y juro que si vuelvo a dirigir una película no actuaré en ella. Cuando diriges, resulta muy difícil hacer justicia a tu propia interpretación y a la vez cuidar de los otros actores, y tomar decisiones sobre el diseño, la fotografía y todas esas cosas. De hecho, le propuse el papel a otro actor, pero no le gustó que Dickens fuera retratado como un tipo relativamente antipático. En cambio, a mí es lo que más me gusta de él.

--En efecto, la imagen que la película ofrece de Dickens es más bien inusual.

--Sí, tendemos a imaginarlo como un hombre alegre y paternal, pero si lees a fondo sobre él descubrirás que era un tipo atormentado. Por ejemplo, se ofendía con mucha facilidad, y su reacción solía ser muy agresiva. Pero no he querido crucificarlo. También era un hombre muy tierno, con alegría de vivir. Espero que la película lo deje claro.

--¿De qué manera refleja su relación con Nelly Ternan (Felicity Jones) esa contradicción?

--En que por un lado fue muy noble al seguir los dictados de su corazón. Si no eres feliz con tu esposa, ¿qué hay de malo en dejarla? Pero, por otro, para justificarse a sí mismo llegó a publicar artículos en los que sugería que su esposa no había sido una buena madre. Eso es patético. Todo el mundo se sintió avergonzado de él. Como celebridad, Dickens era bastante torpe, la verdad. Hoy en día, su asesor de imagen lo habría mandado callar.

--En efecto, Dickens fue una de las grandes celebridades de su tiempo. ¿Sintió una conexión particular con el personaje por ese motivo?

--No. Su nivel de fama era más parecido al de una estrella de rock o un futbolista que el mío. A mí la gente me confunde con Liam Neeson. Va en serio.

--Si fue precursor del culto a la celebridad que hoy existe, ¿cómo pudo Dickens mantener en secreto a Nelly?

--Porque en la era victoriana a nadie le interesaban los escándalos. Todo lo contrario, se buscaba la apariencia de decencia. Nadie puso en duda la versión oficial de la vida de Dickens y, tras su muerte, Nelly rehizo su vida y se mantuvo en el anonimato.

--Justo como hoy día, ¿verdad?

--Igualito. Actualmente la prensa rosa va directa a la yugular de la gente, y me parece terrible. ¿Por qué a sus lectores les interesa tanto la intimidad ajena? Me dan ganas de gritarles: "¡Meteos en vuestros propios asuntos!". ¿Es que no comprenden que hay asuntos más importantes y dolorosos que saber quién se acostó con quién y quién tomó drogas y quién se emborrachó? Además, es muy retrógrado: la gente normal se divorcia varias veces antes de cumplir los 40 y no pasa nada, pero esos diarios son tan críticos con la diferencias de edad en las relaciones como en la época de Dickens.

--Usted ya era un actor consagrado cuando decidió dirigir. ¿Por qué lo hizo?

--Porque empecé a sentir cada vez más curiosidad, gracias a mis colaboraciones con directores como Fernando Meirelles y David Cronenberg, pero sobre todo por experiencias menos satisfactorias que me hicieron preguntarme: "¿Qué es lo que no ha funcionado?".