Cuento sobre lo diferente, con intenciones transgresoras y cierto concepto radical. Estética kitsch, donde predomina en lo visual el color rosa y, a veces, se cuela el lila. Igual en vestuario que escenográficamente, Pieles posee una muy estudiada ambientación que intenta crear un mundo paralelo, siempre con ayuda del gran trabajo realizado por el equipo de caracterización y maquillaje. Personajes que podrían haber salido de la última película de Tim Burton o inspirados en Freaks (1932), de Tod Browning; me refiero a esa muchacha con la boca en el lugar del ano y viceversa (estupenda y tierna Ana Polvorosa), a la joven sin ojos (increíble y sospecho que extenuante trabajo de Macarena Gómez), a la deformada con un rostro que no quiere cambiar deseada por dos hombres (en su nivel, como siempre, Candela Peña): el hombre de la cara quemada deseoso de una operación estética (irreconocible Jon Kortajarena) y el que sólo busca mujeres fuera de la norma (el siempre efectivo Secun de la Rosa). El catálogo se completa con la madre que encarna Carmen Machi y su hijo (Eloy Costa), que no se reconoce con piernas pues añora ser sirena, como el tatuaje que recuerda de su padre desaparecido, un pederasta que se aleja de su familia para no hacer daño; o la futura madre con acondroplasia (Ana María Ayala), que trabaja dentro de un peluche gigante para televisión. Pero hay seres que permanecen más en un segundo plano, como la camarera que hace Itziar Castro, transmisora de soledad y tristeza, que, como todos ellos, encontrará la salida en esta fábula sobre cómo condiciona el físico en la sociedad que vivimos despreciando al diferente. Eduardo Casanova, actor que podemos ver en Señor, dame paciencia y conocido por su trabajo en la serie Aída, debuta en el largometraje con este filme producido por Álex de la Iglesia, seleccionado en festivales como Berlín o Málaga, que ha sorprendido por su originalidad y ternura al límite.