A Pablo García Baena le cansa hablar de Cántico y no lo disimula. Y es que, a pesar de su proverbial prudencia y de esa capacidad de aguante que tiene para atender a todo el mundo y no defraudar a nadie, considera que a su edad puede permitirse el lujo de decir ciertas verdades. Una de ellas es que Cántico , aquel grupo de amigos unidos por su amor a la poesía y a Córdoba que, sin proponérselo, revolucionaron las letras españolas, se disolvió por los azares de la vida en los años 50. A partir de ahí cada uno de sus miembros voló en solitario, por lo que según Pablo es injusto valorar su obra e incluso su trayectoria vital en función de aquellos primeros tiempos. Pero además ocurre que, como único superviviente del grupo y de la revista de igual nombre --junto a Ginés Liébana-- está harto de ser preguntado por todo aquello. Aun así, resignado y siempre condescendiente, se presta una vez más a compartir su memoria, que es mucha.

--Juan Bernier cuenta en su 'Diario' que veía pasar a usted y a Ginés desde la casa de la calle Armas donde se escondía durante la guerra.

--Del Diario se pueden creer algunas cosas y otras no, pero sí que nos veía pasar. Y es cierto que estaba él escondido en casa de unas primas suyas. Y también cuenta que entró la policía en la casa y él se escondió detrás de una cortina. Pero iban a por unos vecinos, no a por él. Luego yo hago un poema sobre la calle Armas pero era porque esa calle estaba llena de tiendecitas pueblerinas que me llamaban mucho la atención. No tenían que ver con el comercio de Claudio Marcelo y Cruz Conde. En fin, que Juan nos veía, pero nosotros todavía no lo conocíamos.

--¿Cuándo se conocieron?

--Yo lo conozco en el verano del año 1940, en la Biblioteca. Yo iba todas las tardes y debió llamarle la atención aquel joven que estaba siempre leyendo, y especialmente poesía. Ginés Liébana no estaba, pasaba el verano en Valenzuela, en casa de su hermana Josefina, y cuando viene es cuando conoce a Juan. Este había visto ya los cuadernos que Ginés pintaba, le habían llamado mucho la atención, y para que se conocieran fuimos a ver a Juan a una taberna con patio de la Puerta de Almodóvar que ya no existe. Luego, al modo de aquellos cuadernos, Juan se inventa el famoso libro --se ha hecho un facsímil-- que le regalamos al catedrático del Conservatorio don Carlos López de Rozas para agradecerle que nos abriera su casa y nos pusiera la gramola.

--Se ha hablado mucho de esa tertulia. ¿Cómo era?

--Charlábamos mucho. Allí iban Juan Bernier, Ricardo Molina, Anastasio Pérez Dorado... los amigos de Juan y de Ricardo. Ginés y yo allí éramos los novatos, los niños pequeños. A Ricardo lo conocimos a través de Juan, que también nos presenta a Julio Aumente, al que yo conocía del barrio de San Andrés y del instituto aunque no habíamos hablado nunca.

--Y Mario López, que venía de Bujalance, ¿cómo entró en sus vidas?

--Fue ya posterior, hacia el 42 o 43, a través del periodista del CORDOBA Gabriel García-Gill, muy amigo de Ricardo y de Juan. García-Gill y Mario eran alféreces en el cuartel del Marrubial. Le habló de nosotros, y de las reuniones en las tabernas, y vino un día. Nos encantó desde el primer momento. Nos llamó mucho la atención su poema 'El ángel pariente de Cañete de las Torres'. Tanto es así que cuando preparamos el primer número de Cántico le pedimos a Mario ese poema.

--¿Cómo nació la revista?

--Como se ha dicho tantas veces, nos presentamos todos al Premio Adonáis y no nos dieron nada. La poesía estaba por el Norte, la poesía andaluza ha estado siempre mal vista, desde Herrera y hasta el mismo Góngora. Que si colorista, que si barroca... Ya teníamos la idea de hacer una revista. Sobre todo los mayores, Ricardo y Juan. Bernier tenía la experiencia de Ardor , que solo tuvo un número porque vino la guerra, y lo del Adonais supone un acicate. Sale la revista en octubre de 1947.

--¿Qué tuvo la revista 'Cántico', de vida tan corta a pesar de salir en dos etapas, para ser recordada y admirada tanto tiempo después?

--Las revistas de poesía normalmente tienen muy corta vida. Las que duran más se vuelven aburridísimas. Lo que nosotros intentamos hacer no tenía nada que ver con la poesía que se hacía en aquel momento, ni de un bando ni del otro. No era poesía imperial ni social. Queríamos hacer poesía desde el Sur, con todos los barroquismos que nos echan encima pero poesía de verdad, viva, con un cuido del lenguaje, con una mano tendida a la Generación del 27, cosa que podía traer algún trastorno, porque el 27 estaba mal visto políticamente. Lorca muerto y los demás en el exilio. Ahora se dice en los libros de estudio que Cántico es un puente tendido entre el 27 y las nuevas generaciones, y es así.

--Todo aquello fue diluyéndose. La revista cerró, el grupo de amigos se dispersó... Y usted se marchó a la costa malagueña, donde ha vivido 38 años.

--Sí, fue un paréntesis un poco largo --ríe quedamente, aliviado por el cambio de tema--. Málaga era una ciudad que me encantaba desde niño, yo tengo fotografías donde estoy con un amiguillo en los Baños del Carmen. Iba con mi madre y mi tía Rosario; ellas se bañaban en los Baños de Apolo, una larga galería con bambúes llena de puertas tras las que había bañeras con agua del mar. Yo me quedaba sentado en los bancos entre los macetones. Me gustaba de niño Málaga, porque pasaban los tranvías tocando la campañilla, tin-tin-tin, porque estaba el mar, porque la gente se subía a un monte para ver los toros, porque se iba en vacaciones... Luego, en 1954, en el congreso de Santiago, conozco a malagueños con los que entablo amistad, como Bernabé Fernández Canivell, que era suscriptor de Cántico , o Vicente Núñez, que aunque de Aguilar de la Frontera, vivía en Malaga... Y hacemos una gran amistad con los de la revista Caracola . Málaga me atraía.