En el retrato que Martin Amis hizo de Véra Nabokov en la imprescindible entrevista Visitando a Mrs Nabokov --en realidad una muestra de cómo escribir un artículo cuando el entrevistado no quiere hablar en absoluto-- puede apreciarse que la que durante más de 50 años fue la compañera inquebrantable del autor era lo más parecido a un dragón custodiando el tesoro. Si Vladímir Nabokov (San Petersburgo, 1899 - Montreux, Suiza, 1977) era reservado, Véra, pese a la cordialidad demostrada, lo era todavía más y lo fue con el joven Martin Amis, pesase lo que pesase su apellido y su valía.

Cartas a Véra (RBA), las 1.926 misivas que el autor de Pálido fuego dedicó a su esposa entre 1923 y 1977 y que hoy por hoy constituyen el último inédito nabokoviano --con el permiso de la controvertida y fragmentaria El original de Laura -- aparecieron en inglés el año pasado y ahora lo hacen en castellano, en edición del prestigioso biógrafo de Nabokov, Brian Boyd y la rusa Olga Vorónina.

Las cartas suponen un esquinado retrato de un matrimonio más bien tradicional en el que Véra ejerció además de secretaria, agente, administradora, chófer, primera lectora, mecanógrafa y copista de todos los originales de su marido. Véra, la compinche, podría parecer un personaje secundario, a la sombra del genio, pero fue en su día merecedora de una voluminosa biografía, firmada por Stacy Schiff, en la que se dice que los Nabokov actuaron siempre "como si compartieran un secreto". Sus conocidos recordaban la complicidad de las chispeantes conversaciones en las que era difícil saber dónde empezaban las palabras de uno y acababan las de la otra y viceversa y en sus últimos años rara vez se les vio por separado. "Nuestra relación no era muy corriente", fue una de las pocas respuestas que Amis pudo arrancarle a la viuda, tras interesarse por el hecho de que todos los libros de su marido fueron indefectiblemente dedicados a ella.

Lirismo incombustible

La puesta en escena de esta simbiosis doméstica bien puede rastrearse en una correspondencia en la que ante todo destaca el lirismo sentimental con el que Nabokov se dirigía a su esposa desde el minuto cero de su relación, una ternura que --sorprendentemente-- se mantuvo hasta el final. Un mes después de haberse conocido en un baile de rusos exiliados en Berlín cuando él tenía 24 años y ella apenas 21, le escribía: "Te necesito, sí, mi cuento de hadas, porque tú eres la única persona con la que puedo hablar, ya sea del matiz de una nube, del tintineo de un pensamiento o de que hoy, cuando fui a trabajar, miré a la cara de un girasol alto y él me sonrió con todas sus semillas".

Véra había planeado hábilmente el encuentro. Era una admiradora del joven poeta que por entonces firmaba como Sirin y escondida tras una máscara se acercó a él para seducirle con sus palabras. Dos años después del encuentro y tras breves separaciones que propiciaron buen número de cartas la pareja contrajo matrimonio. Un año más tarde, Véra sufrió una depresión que la obligó a internarse en un sanatorio suizo y las misivas de su marido se volvieron entonces particularmente juguetonas y divertidas con una voluntad expresa de levantar el ánimo gracias. Lo que salva la correspondencia del empalago es la extraordinaria inventiva verbal del autor, las vívidas imágenes de su vida cotidiana, sus retratos de escritores, el ritmo inconfundible de su prosa.