El tango se conjuga definitivamente en pasado: su última gloria, y quizá una de las más relevantes, Horacio Salgán, murió a los 100 años. Había nacido el 16 de junio de 1916. En la noche del viernes, la orquesta Juan de Dios Filiberto le tenía preparado un gran homenaje a su centenario. El director Luis Gorelik pidió al público que abarrotaba la imponente sala "la Ballena Azul" del Centro Cultural Néstor Kirchner que se pusiera de pie para aplaudir a modo de despedida al pianista más virtuoso y refinado que tuvo el género rioplatense. Salgán además fue un eximio compositor y arreglador. Su nombre quedará asociado a la música argentina por piezas como “Don Agustín Bardi”, “Grillito”, “A fuego lento” y “Cortada de San Ignacio”.

Alguna vez causó admiración al célebre concertista Arthur Rubinstein. Astor Piazzolla lo admiraba pudorosamente. Daniel Barenboim lo homenajeó la semana pasada en Buenos Aires. Salgán fue siempre un hombre de bajo perfil y ese recato es el que lo convirtió en cierta medida en una figura más de culto que masiva.

Su padre era un pianista intuitivo y él, a los seis años ya se perfilaba como un artista cabal. Cuentan que a los 13 años era un completo virtuoso. Pudo haber sido un hombre de la música académica, que dominaría de manera cabal, pero el tango se convirtió en su primer mundo. A los 18 años tocaba en las principales radios. Dos años más tarde ya formaba parte de una de las orquestas más importantes, la de Miguel Caló. En 1944, en la época de oro del tango, fundó su propia orquesta con cuatro bandoneones, cuatro violines, viola, cello, contrabajo y piano. "Como a mí me gustaba interpretar tangos a mi manera, la única forma era teniendo mi propio conjunto. Hay gente a la que le gusta ser director de orquesta, pero a mí me interesó mi vocación pianística. Sin ninguna intención de crear nada”, explicó en su libro "Horacio Salgán: la supervivencia de un artista en el tiempo", publicado un cuarto de siglo atrás.

Si Piazzolla buscó expandir las fronteras del género apropiándose de gestos del jazz, Bela Bartok, Igor Stravinsky y el "revival" deJuan Sebastian Bach de los años sesenta, Salgán decidió no sacar los pies del plato sino bucear en las profundidades aún no exploradas de la música que ha pintado a Buenos Aires. No obstante, para muchos, Salgán era tan moderno como el modernista Piazzolla. No pudo evitar que le dijeran que "sonaba raro". En 1957, cuando el tango comienza su lenta decadencia, formó con el guitarrista Ubaldo de Lío el Quinteto Real, una de las formaciones más importantes de todos los tiempos, que además incluyó a Enrique Mario Francini(violín), Pedro Laurenz (bandoneón) y Rafael Ferro (contrabajo). Más que para bailar, Salgán privilegió con ellos la situación de concierto: la suya, a esas alturas, era música para ser escuchada. Con De Lío formó a la par una dupla formidable. En 1970 tocó en el Lincoln Center de Nueva York y lo ovacionaron. Acompañó a dos de los mejores cantantes, Edmundo Rivero y Roberto Goyeneche. Fue docente y escribió un tratado sobre el tango. Podía pasar de Maurice Ravel a Chopin, del jazz al folclore argentino o la música brasileña. Tuvo un dúo extraordinario de pianos con Dante Amicarelli. Su última actuación para el público masivo fue en 2010 para la celebración del Bicentenario del 25 de mayo de 1810. "No quiero compromisos con nadie. Tampoco conmigo. No es ésa mi intención. Además, cada cosa que hice fue pensando que era lo más importante que estaba haciendo. Fueron unos 75 años de trabajo muy intensos", dijo. El centenario Salgán se fue como el último de los sobrevivientes, el inventor de una lengua propia a la que siempre se vuelve porque nunca deja de ofrecer novedades.