El sociólogo polaco Zygmunt Bauman, uno de los intelectuales clave para entender el siglo XX, murió ayer a los 92 años. Bauman nació en Poznan, Polonia, en 1925, en el seno de una familia judía. Miembro de una familia judía sin recursos, huyó de los nazis a la URSS y, tras volver a Polonia y ejercer como profesor de Filosofía y Sociología en Varsovia, en 1968 se vio obligado a emigrar ante la política antisemita impuesta por el Gobierno comunista polaco. Con diecinueve años se afilió al Partido Comunista, al que estuvo adscrito hasta 1967, y sirvió en el llamado «ejército interior», la fuerza encargada de «reprimir el terrorismo en el interior del país».

Durante 15 años sufrió la persecución de los servicios secretos polacos, fue expulsado de la universidad y sometido a la prohibición de publicar. En el transcurso de una purga antisemita en 1968, tanto él como su esposa, Janina, perdieron su trabajo en Polonia, y se vieron obligados a exiliarse a Israel, donde comenzó a impartir clases en la Universidad de Tel Aviv. Desde 1971, residía en Leeds (Inglaterra), en cuya universidad fue profesor de Sociología durante casi dos décadas, aunque también impartió clases en Israel, EEUU y Canadá. En los últimos 20 años desarrolló su concepto de «modernidad líquida» para describir la época actual. En el 2010, recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades junto al sociólogo francés Alain Touraine. En una entrevista publicada en febrero del 2014, Bauman analizaba la relación de las ciudadanos con las redes sociales como un ejemplo más de esa sociedad líquida: «Internet puede conectarme con personas que están en la otra punta del planeta, pero también puede acabar rodeándome exclusivamente de una comunidad de individuos que piensan como yo. Si su final es este, será un desastre, porque no habrá fomentado el diálogo. En una red virtual es muy fácil entrar, pero también es muy fácil salir, solo hay que hacer clic, no hay un compromiso personal. Este es un rasgo muy típico de la modernidad líquida en la que vivimos. No queremos sentirnos responsables, obligados, ni con cargo de conciencia». En el año 2012, con motivo de su participación en un festival en Benicàssim en el que se mostró muy escéptico con los movimientos de los indignados, hacía este análisis sobre el crecimiento de la desigualdad desde el inicio de la crisis que sigue vigente cuatro años después: «Se ha cambiado al proletariado por una suerte de precariedado que nos consume a todos. Entre la austeridad y la pérdida del empleo, la gente se siente cada vez más humillada. Andamos sobre arenas movedizas: inculcando miedo han conseguido que la solidaridad entre trabajadores se diluya y fomentar el individualismo».

Entre sus obras destacan: La modernidad líquida (2004), Amor líquido: acerca de la fragilidad de los vínculos humanos (2005) o su último libro, Vivir con el tiempo prestado (2009).