El Museo de Arte Moderno de Nueva York recibió esta semana a Björk. Aprovechando la presentación para la prensa de la retrospectiva que la pinacoteca ha organizado sobre su trabajo, la artista islandesa apareció antes de una de las proyecciones de Black lake , un vídeo de diez minutos creado específicamente junto con Andrew Thomas Huang para la muestra, acerca de una de las canciones de su último disco, el recientemente editado Vulnicura . Quizá Björk siente que está ya suficientemente expuesta en la generosa retrospectiva que se podrá visitar desde el 8 de marzo y hasta el 7 de junio. Quizá quiso mantener algo de privacidad tras desnudar en canciones como ese lago negro el dolor de su reciente separación del artista Matthew Barney tras 13 años de relación y una hija en común. La cuestión es que apareció en la sala oscura cubierta completamente, de la cabeza a los pies, por un velo negro, dio escuetamente las gracias al comisario, Klaus Biesenbach ("por haber confiado en mí y por haberme convencido", dijo); habló de "un increíble íntimo, generoso y fructífero viaje" y, como había entrado, se marchó. Como una sombra. Una sombra genial.

ARTISTA DEFINITORIA Björk no necesita hacer declaraciones. El MOMA la reconoce como "una de las practicantes de arte definitorias de nuestros tiempos", poseedora de una carrera "innovadora y osada", "notablemente abierta a colaboraciones e interpretaciones de su trabajo". Y todo eso está reflejado en una retrospectiva que quiere ser "pionera" --según explicaban Biesebach y el director del MOMA, Glenn Lowry-- y que ha tratado de contestar la pregunta de cómo se puede colgar música en las paredes. La polifacética Björk hace fácil ofrecer algunas respuestas y posiblemente ninguna mejor que Songlines , como está bautizada una de las tres partes de la exposición. Ese título mimetiza una tradición de aborígenes australianos en la que canciones e imágenes se hacen mapas y la traducción literal está en las 14 pantallas, bajo las que se han colgado partituras, que se pueden observar con actuaciones en directo mientras se espera a entrar (porque un museo sin colas hoy en día no parecería un museo).

El viaje de verdad empieza una vez que uno se pone los cascos y activa al compañero sonoro durante que da paso a una grabación en la que Björk y dos colaboradoras dan voz a textos que se intercalan con música y son acompañantes específicos para las distintas etapas del viaje, una por cada uno de los ocho discos de estudio. Se exponen también creaciones de Barney y el vestido de Marjan Pejoski con que la protagonista de Bailar en la oscuridad se convirtió en cisne en los Oscar del 2001, que está justo ante el atrio, donde Björk se hace gigante, literalmente, con una proyección de Big time sensuality en una pared de dos pisos. A esa parte de la exposición le acompañan cuatro instrumentos repartidos por el museo y, en la segunda planta, dos espacios: uno, una especie de lounge con cojines geométricos rojos donde uno puede ver y escuchar todos los vídeos de Björk. Otro, creado especialmente para la muestra, donde se proyectan los 10 minutos de Black lake . Biesenbach, que además de comisario del MOMA es director del PS-1 de arte contemporáneo, explicaba ayer que primero se aproximó a la artista en el 2000, pero ella le rechazó diciendo que no creía merecer una muestra. Cuando hace tres años la islandesa volvió a Nueva York para presentar Biophilia en el Museo de la Ciencia de Queens, lo hizo con una pequeña exposición paralela y Biesenbach supo que había llegado la hora. "Aunque a ella no le interesa mirar al pasado", le convenció con la idea de pensar qué pasaría en los siguientes años. El viaje continúa. Y Björk permite que se le acompañe.