A Michael Fassbender (Heildeberg, 1977) hay mil cosas que le gustan más que conceder entrevistas. Actuar, preparar un cóctel (es un hacha, la vena culinaria la heredó de su padre, un chef alemán) o recorrer el mundo en su moto. Pero su extrema disciplina le hace ponerse delante del periodista y contestar unas preguntas para las que confiesa no tener siempre respuesta. Bajo la escrutadora mirada de su agente, que afea a una redactora preguntar sobre política, Fassbender se pone a hablar de la entretenida, sangrienta y visualmente apabullante Alien: Covenant (Ridley Scott), que se estrena ayer. El actor, que posee el rostro más inquietante de Hollywood, se pone en la piel de Walter, una versión más evolucionada del androide David del anterior título de la franquicia, Prometheus (2012).

-Dice Ridley Scott que la gente «se va a cagar de miedo».

-Espero que sí. Hay sustos, sobresaltos y emociones. Y también sofisticación, porque la película tiene capas filosóficas. Se pregunta cuestiones como nuestra relación con la inteligencia artificial, el futuro de la Humanidad, la creación y el creador.

-Alien nació en el año 79 como una película de terror puro, de serie B. Cuando Scott volvió a tomar las riendas de la franquicia, con ‘Prometheus’, le dio esa capa de intensidad que menciona. ¿Le parece bien esta evolución?

-A mí me gusta. En sus orígenes, efectivamente, era un filme de serie B, pero había cosas que dejaban entrever algo más. La criatura, por ejemplo. Scott y todo el reparto hicieron que la cinta se convirtiera en algo más y no una simple historia de terror. Dejó preguntas abiertas: ¿quién pilotaba la nave? ¿De dónde viene? ¿Adónde va? ¿Qué cargamento lleva? A través de las redes sociales, Soctt se dio cuenta de que el público quería saber muchas más cosas. Covenant es el matrimonio perfecto entre el terror que supuso en su día Alien y la magnitud y el cuestionamiento filosófico que introdujo Prometheus.

-Qué vitalidad tiene Scott. Y eso que está a punto de cumplir 80 años.

-Es un hombre que desborda energía, es como un crío. Creo que se debe a la pasión que tiene por su oficio. No ha dejado de trabajar ni un solo día en su vida. Su mujer, por cierto, también tiene mucho que ver con esa vitalidad.

-En los inicios de su carrera a usted le fue muy bien. Después se marchó un tiempo a Los Ángeles y estuvo un par de años «prácticamente en blanco», según ha confesado. Ahora ya está consolidado como actor cotizado. ¿Suele pensar a menudo en su trayectoria?

-Empecé con 17 años, hice de todo y hasta los 27 no me pude ganar la vida como actor. Ahora me considero un afortunado y estoy muy agradecido a ese puñado de personas que me han ayudado a llegar donde estoy.

-¿Y la fama? ¿Cómo la gestiona? ¿Qué tal lleva promocionar películas y hablar con la prensa?

-Entiendo que usted tiene un trabajo que hacer y yo trato de facilitarlo. Pero lo cierto es que no me gusta. En muchas entrevistas se dicen tonterías. Mi trabajo de actor, en realidad, es muy aburrido. No es un trabajo intelectual, de preguntarse de dónde vienen determinadas cosas. Interpretar un personaje es hacer los deberes, encerrarme en casa a darle vueltas, pensar, ver algo que me pueda servir de inspiración y poco más. Luego cuando ustedes, la prensa, ven la película ya se forman una opinión, que es tan válida como la mía. ¿Qué le puedo añadir yo? No le puedo decir nada que cambie lo que usted ha visto. Es como una obra de arte, y no digo que sea artista, que conste. Pero, simplemente, ves algo y eso produce una reacción en ti. En las entrevistas me preguntan cosas para las que a veces no tengo respuesta.