Antes de convertirse en uno de los escritores de referencia de las letras alemanas de posguerra, Siegfried Lenz tenía apenas 19 años cuando acabó la segunda guerra mundial. Dos años antes había sido destinado en un crucero en el Báltico, desertó de la Wehrmacht, refugiándose en Dinamarca, trastornado por el fusilamiento de un compañero que también se había pasado al enemigo. De aquella experiencia surgió El desertor, una novela olvidada cuyo manuscrito guardó toda su vida en un cajón después de que en 1952 su editorial, Hoffmann & Campe, la rechazara por «traición a la patria».

La hallaron tras la muerte de Lenz, en el 2014, y ahora, después de ser uno de los libros del 2016 en Alemania, ve la luz en España de la mano de Impedimenta (en castellano). En ella abundan reflexiones como esta del protagonista, el joven soldado alemán Walter Proska: «Cuando uno está en guerra, un hombre ha de permanecer alerta, debe matar o dejar que lo maten, y si no es capaz de hacerlo, pues se vuelve a su casa».

Lenz, nacido en Lyck (hoy Polonia) en 1926, hijo de un oficial de aduanas, logró tras desertar la ayuda de unos campesinos daneses antes caer en manos de los británicos, que lo enviaron a un campo de prisionero de guerra. Aún no formaba parte del Grupo 47, junto a autores como Heinrich Böll, Günter Grass y Paul Celan cuando, en 1951, envió a su editorial El desertor. Entonces Lenz era un joven prometedor que trabajaba en Die Welt, y había publicado su primera novela, Azores en el aire, que había llamado la atención de la crítica. Pero aquel año el mundo ya vivía en plena guerra fría, donde el nuevo enemigo de Occidente ya no era Alemania sino la Rusia soviética, y su atormentado protagonista seguía los pasos de otro soldado en el frente del Este y se pasaba a las filas del Ejército Rojo.

A causa de ese clima político, con una Alemania dividida, el germanista y etnólogo Otto Görner -de turbio pasado en las SS, según el Frankfurter Allgemeine-, encargado por la editorial de revisar el manuscrito, no dudó en desaconsejar su publicación: «Actualmente, por motivos palmarios, es del todo imposible... La editorial podría infligirse daños de valor incalculable».

Lenz volcó probablemente sus propios pensamientos en el soldado Proska. Este, que sabe que deben «obedecer a la guerra, aunque la odiemos como a la peste», se debate entre lo que le dicta su propia conciencia y el deber para con su país, frente al dilema, que es a la vez el «oficio» de la tropa, «de matar y morir», y el absurdo de pudrirse en una aislada ciénaga rodeada de bosques y partisanos e infestada de mosquitos con un superior totalmente alcoholizado, cuyas órdenes son absurdas e inhumanas, y un puñado de desmoralizados compañeros, vigilando una vía de tren.

Proska asimila quiénes son en realidad sus enemigos, como le hace ver su colega de huida: «Son hombres como nosotros: zapateros, granjeros, carpinteros. También hay pobres diablos en sus filas, igual que entre las nuestras. Yo he visto con mis propios ojos que tiemblan igual que nosotros, que llevan consigo la misma carga de deseos que nosotros mismos... [...] Mira, soy un desertor, un puerto, un traidor... ¿Es que no me lo vas a echar en cara?».

En toda la obra de Lenz sobrevuela ese debate entre el deber y la conciencia y el sentimiento de culpa individual y colectiva en Alemania por el nazismo, como en la novela que le consagró, Lección de alemán (1968, recuperada el año pasado por Club Editor e Impedimenta, que también editó El barco faro, de 1960). En ella profundiza en la relación entre un pintor y su amigo policía, al que ordenan requisar sus cuadros e impedirle pintar.

El revisor Görner aconsejó a Siegfried Lenz que intentara reescribir la novela, que creara nuevos personajes, «sobre todo un antagonista del desertor que atempere el efecto de su comportamiento». Pero él nunca lo hizo y prefirió guardarla sin intentar nunca más publicarla, aunque siguiera fiel de por vida a la editorial, que finalmente, tras su muerte, sí publicó El desertor.