Van Gogh ha sido objeto cinematográfico en numerosas ocasiones, quizás una de las más populares fuese El loco del pelo rojo (Minnelli, 1956) donde Kirk Douglas daba vida al genial artista. Directores como Akira Kurosawa, Maurice Pialat y Robert Altman, entre otros, ensayaron un acercamiento cinematográfico a la obra del artista holandés. Pero, sin duda, la cinta de la que guardo mejor recuerdo de todas las inspiradas en el creador de Los girasoles es un filme experimental firmado por el realizador australiano Paul Cox y titulado Vincent (Vida y muerte de Van Gogh), filmado en 1987 a partir de las cartas a Theo, contando en la narración con la voz de John Hurt.

Ahora, a la vez que arrancan ciclos de documentales sobre grandes artistas de la pintura, se ha estrenado un nuevo filme, en este caso de animación (esmerado y complicado trabajo: partiendo de la filmación con actores se encargó a 125 artistas de todo el mundo la recreación en óleos sobre lienzo de 65.000 cuadros que pasan ante nuestras retinas en los 95 minutos que dura la cinta), consiguiéndose recrear un mundo fantástico, el que habitaba en la mente y los ojos de Van Gogh. Todo un homenaje y una fiesta de color protagonizada por algunas de las obras más emblemáticas del autor, que sirven para recrear su mundo y divulgarlo, aunque también se ha usado la monocromía para la narración del tiempo pasado mediante el flash-back. Es tan apabullante el resultado estético final que difícilmente se encontrará un equilibrio entre fondo y forma, al salir siempre ganando el cómo sobre el qué, pues el argumento se construye sobre la anécdota de una supuesta última carta que Vincent escribe para su hermano y ha de entregar el hijo del cartero, y en una especie de investigación se pondrán sobre la mesa las últimas teorías sobre la muerte de Van Gogh. Un regalo para todos los amantes del arte.