Ken Loach lleva 50 años usando sus películas para observar con compasión las luchas que los trabajadores se ven obligados a librar en pos de bienes tan fundamentales como una casa, un trabajo o comida sobre la mesa. Y durante los últimos 20, aquellos durante los que ha gozado de mayor éxito internacional, lo ha hecho de la mano de un estrechísimo socio creativo, el guionista Paul Laverty. “Ken es un colaborador increíble”, asegura el escritor. “Sería un magnífico entrenador de fútbol porque construye equipos. No es como Mourinho, que siempre culpa de todo a los demás”.

La más reciente de esas colaboraciones, 'Yo, Daniel Blake', ha llegado este miércoles a San Sebastián solo unos meses después de haber obtenido en Cannes la segunda Palma de Oro en la carrera de la pareja -'El viento que agita la cebada' (2006) les dio la primera-. “A mí todos esos premios me hacen gracia”, confiesa Laverty. “¿Cómo es posible que una pequeña película sobre los males de la burocracia gane un galardón tan importante como ese?”.

EL SISTEMA DE BIENESTAR

Mientras acompaña a un carpintero de 59 años obligado a recurrir a la asistencia social tras sufrir un ataque al corazón, 'Yo, Daniel Blake' en efecto funciona a modo de feroz ataque a las miserias de un sistema de bienestar británico cuya naturaleza kafkiana “hace que si te olvidas de rellenar un formulario o llegas tarde a una cita pierdes todo derecho a subsidios”. La aterradora conclusión a la que la película llega es que esa burocracia ha sido específicamente diseñada para no funcionar. “El objetivo es ahorrarle dinero al Gobierno, pero también hay motivaciones ideológicas”, matiza Laverty. “Los gobernantes quieren asustar a los más desfavorecidos, mantenerlos vulnerables y dóciles y por tanto incapaces de alzar la voz”.

Mientras se hacen eco de hostilidad institucional que en la película aparece representada a través de la indiferencia de los funcionarios, los cineastas tratan de echar por tierra ese tópico según el que los desempleados son unos vagos. “Es absurdo. Yo he visitado bancos de alimentos y he visto la humillación que las mujeres sienten al pedir compresas, o cómo lloran porque son incapaces de alimentar a sus hijos. Y por el otro lado ves a todas esas grandes compañías como Apple, que no pagan impuestos y a las que los gobiernos lamen el culo. Eso me enfurece”.

Es cierto que la rabia a la que Laverty alude a ratos se hace presente en la película de forma demasiado obvia. Como es costumbre en el cine de la pareja, 'Yo, Daniel Blake', no es precisamente sutil a la hora de decirnos qué debemos sentir y qué pensar. Por otro lado, es difícil no compartir su indignación. “En todo caso, quiero creer que nuestras películas funcionan como algo más que meros manifiestos. Nuestro trabajo no es denunciar sino contar historias. Aunque supongo que solo soy capaz de contar historias sobre asuntos que hacen que me hierva la sangre”.