Mike Stern, otra figura habitual del festival, presentó el pasado lunes en Córdoba su combo estelar con el que gira esta temporada. Una banda compuesta por grandes nombres de la órbita del guitarrista, fiel a su afán de rodearse de lo mejor, con todos los riesgos y ventajas que esto conlleva. En esta ocasión compartía primera fila con el trompetista Randy Brecker, con el que colabora desde hace tiempo, y con su habitual y solvente base rítmica compuesta por Dennis Chambers en la batería y Tom Kennedy en el bajo eléctrico.

Siempre cercano y accesible con su público, desprovisto de la afección que suelen tener las grandes estrellas como él, Stern también continúa demostrando su sutileza en varias de sus nuevas composiciones, que caminan entre un excepcional gusto atmosférico junto al habitual caudal que manó de su Telecaster, una de sus señas de identidad. Ese característico sonido enérgico, cargado de efectos chorus, flanger y delays, es polémico entre los guitarristas pero, en conjunto, le hacen reconocible por su magistral manejo, ya que solo son aditamentos para un compositor sin tiempo, uno de los últimos herederos de los mejores tiempos del jazz-rock que mantienen intacta la esencia de sus orígenes bluseros, veta que asomó en los últimos temas del concierto, así como en los “bises”.

Mike Stern transitaba desde las más exquisitas escalas de bop y hard-bop a las bases-bucle que recordaban a los años 70, o a sus inconfundibles rítmicas cada vez menos borrosas, en un repertorio perfecto en el que cupo toda esa amalgama de estilos que arrastra desde sus tiempos con Billy Cobham, Jaco Pastorius o Miles Davis.

Siempre en la élite, Stern se permite el lujo inteligente de viajar de nuevo con Randy Brecker, que abordó solos de dinámicas magistrales que trasportaban a sus diálogos jazz funk con su desaparecido hermano, mezclando sordinas y efectos sintetizados en su trompeta bajo el pulso impoluto de un genial Tom Kennedy que estuvo enorme con el bajo eléctrico, sobre todo en un solo que recreó desarrollando la base de Papa was a rolling stone y usando un imaginativo sonido que recordaba con gran gusto al de Alphonso Johnson en los gloriosos tiempos de Montreux Summit, una circunstancia que acerca aun más este juego de astros a la herencia del jazz-rock. Como cerrojo suizo encontramos la traviesa y casi arrogante pegada de Dennis Chambers, para el que el riesgo ya parecía no existir, asumiendo y saliendo airoso de peligrosos desplazamientos y cruces.

De cualquier forma, la afinidad y el conocimiento recíproco de estos jinetes del jazz y el blues desembocaron en una comunicación fluida entre los cuatro, ya fuera en las composiciones más frenéticas como en las sorpresas más cadenciosas, apoyadas con la propia voz del bostoniano.