Además de ese sol de justicia, los migrantes que tratan de cruzar la frontera con Estados Unidos en Desierto --que llega hoy a las salas de cine españolas-- deben luchar contra otra amenaza: un francotirador racista que se propone acabar, uno por uno, con cualquier visitante extraño. Jonás Cuarón, hijo de Alfonso, sobrino de Carlos (estos dos productores aquí) y coguionista de Gravity, tuvo la idea para su segunda película hace ahora una década, cuando viajaba por Arizona y fue invitado por el consulado mejicano de Tucson a ver sus instalaciones: «Pude conocer las historias de los migrantes de su propia voz», explica vía telefónica. «En esa época las leyes antimigratorias se habían puesto duras. En los últimos años se propagó la retórica del odio y me veía obligado a hablar del tema».

El camino que más le apetecía era el del género: «Ya se han hecho muchos buenos dramas sobre migrantes», dice. «Yo quería hacer algo con la perspectiva del cine de los 70, cuando se hablaba mucho de política a través del thriller o el terror. Principalmente, me influyó El diablo sobre ruedas’, de Steven Spielberg, una historia pequeña que puede ser metáfora de algo más grande». En la trama ideada por Cuarón resuena también un clásico de décadas atrás como El malvado Zaroff, sobre un loco que caza hombres en su isla privada, pero Cuarón la descubrió a posteriori, «igual que otra película, La presa desnuda, centrada en una cacería humana por África». No existe tanta distancia entre Gravity y Desierto; en ambos filmes una gran amplitud (el cosmos en la primera) se convierte en lugar claustrofóbico.