Joaquín Sabina sigue disfrutando de su gira Lo niego todo, con la que hoy llega a Barcelona. Contento de compartir sus canciones con el público, el autor de 19 días y 500 noches habla en esta entrevista de su exitoso tour y de aspectos personales mientras descansa en la Bahía de Cádiz antes de volver a la carretera.

-¿Diría que mantiene una relación de amor y odio con las giras?

-A mí me gustan mucho las giras, más que las grabaciones, pero cuando son tan intensas como esta, con tantas ciudades y países, acaba pesando en la cabeza y en el cuerpo, en el fuelle, y viene bien pasarte unos días charlando con los amigos y tomando el sol.

-¿Cuáles son sus sensaciones tras la primera parte de estas presentaciones de ‘Lo niego todo’?

-Bueno, como pocas veces pasa en la vida, ha sido mucho más fuerte de lo que hubiéramos soñado. Cuando estábamos haciendo el disco éramos conscientes de que estaba saliendo muy compartible, inspirado, de que la colaboración con Leiva y Benjamín Prado estaba funcionando, y teníamos la sensación de que esto se iba a comunicar al público. Pero no esperábamos que al primer día de tocar las canciones la gente ya las cantara, y que el público fuera tan mayoritario.

-Por primera vez, abre los conciertos con un bloque de canciones nuevas seguidas. ¿Cree que no las puede mezclar con las otras?

-Hacer eso era una especie de reto. Siempre había intercalado canciones nuevas y viejas porque me daba un poco de miedo tocarlas seguidas. Esta vez pensé «fuera miedos» y decidí darles un bloque entero. Nunca lo había hecho y ha sido una muy buena experiencia.

-Esta es una gira de grandes recintos. Cuando hizo estas canciones, ¿tenía en cuenta que las defendería en ese tipo de escenarios?

-En absoluto. Cuando hago canciones las hago para mí. Hago lo que me pide el cuerpo, no pienso para nada en el público. Cuando ya las estoy grabando empieza uno a pensar que esto lo tiene que oír la gente, pero a la hora de la escritura lo mejor es no pensar para nada en el público.

-En un pabellón deportivo no se llega al espectador como en un teatro.

-Sí, yo en los últimos años echo de menos eso. Me gustaría hacer una gira acústica en teatros pequeñitos, pero es complicado porque las cuentas no salen con los músicos que llevamos y porque hay una demanda mucho mayor. Pero con el tiempo y con la edad creo que conseguiré hacer algunas giras acústicas más íntimas, que me gustan mucho.

-Las hizo hace bastante tiempo: en el 2001, cuando ya era muy famoso.

-Sí, hace muchos años. Y fue tal vez una de las giras que más he disfrutado en mi vida. En los sitios más grandes no se trata tanto de escuchar una colección de canciones como de una celebración tribal. La gente va a corearlas, a participar de una fiesta colectiva y ciudadana, y se pierden muchos de los matices de las canciones y a veces es muy bonito cantarlas bajito en un teatro.

-En estos últimos años se ha hablado mucho de su inseguridad, su miedo escénico… ¿Son desviadas esas percepciones?

-No, no, es verdad, pero esa inseguridad, esos miedos, los he tenido toda la vida. Yo soy un saco de dudas. Si algo me define es la duda metódica, siempre. Sí, le tengo miedo al escenario, al estudio de grabación, al público, a mí mismo… Siempre he sido así, y de ese tipo de tensiones es de donde saco las canciones, y la fuerza y las ganas para subir al escenario. Pero eso no va a desaparecer nunca.

-¿Puede que con el tiempo se agrave incluso, porque con los años uno es cada vez más consciente de la enorme cantidad de cosas en la vida que pueden salir mal?

--De hecho, sí, se va agravando cada año porque, además, cada vez uno nota más la responsabilidad. Yo antes de salir al escenario siempre veo el lugar lleno y pienso «están locos, ¿por qué han venido? ¡Si les voy a defraudar!». Eso es siempre, cada día. Y luego es una gran sorpresa cuando veo que soy capaz de comunicarme con ellos y darles algo parecido a lo que esperan. Pero siempre estoy lleno de dudas.

-Dejando a un lado la cuestión industrial, ¿se había sentido desmotivado por componer canciones?

-Llevaba ocho años sin editar canciones nuevas, pero no era falta de ganas de componer sino de grabar. Lo que me había echado para atrás es que los estudios se han profesionalizado cada vez más, con nuevas tecnologías que hacen que todo sea más ingeniería que inspiración. Eso me ha ido aburriendo de los estudios. Por eso me busqué a Leiva, un rocanrolero jovencito, para hacer un disco más en vivo de lo que se hace habitualmente.

-El rock’n’roll forma parte de su imaginario. ¿Cuáles son sus nombres de referencia?

-Yo lo tengo muy fácil, son los mismos desde hace muchos años: Bob Dylan, los Rolling Stones y J. J. Cale.

-Ahora se debate si ese lenguaje de la era del rock ya está agotado. ¿Lo cree?

-Ahora, los héroes del rock’n’roll tienen 70 u 80 años, y nunca pensamos que iban a llegar a esa edad. El rock nació como un modo de música juvenil, para hablar del sábado por la noche, los coches y las chicas, y luego se ha convertido en un arte adulto. Del mismo modo que el arte abstracto: con Picasso parecía que era una revolución juvenil y luego los artistas se hicieron mayores y viejos y el arte creció con ellos. Eso ha pasado con el rock’n’roll. Nadie hubiera pensado que los Rolling Stones estarían haciendo giras con 70 y tantos años y que a Dylan le darían el Nobel de literatura.

-Cuando mira hacia atrás y repasa sus discos, ¿tiene la sensación de que ahora haría algunas cosas de otro modo?

- ¿Sabe qué pasa? Nunca soñé que iba a hacer una carrera como la que he hecho.