Javier Cercas (Ibahernando, Cáceres, 1962) condena en su última novela, El monarca de las sombras, el estertor de las guerras y sus consecuencias, las ideologías tóxicas que las convocan y los niños que mueren acariciando un arma. Viste una chaqueta que le viene algo grande, de mangas largas que le cubren la mitad de las manos. Tal vez siempre vista así. Es su pose. Como es preciso en sus palabras, rotundo en sus condenas, comprometido en sus convicciones. En esta última novela indaga y rescata el pasado silenciado de su familia. Autor de Soldados de Salamina o Las leyes de la frontera, busca un lenguaje que no suene a literatura sino a verdad y denuncia que somos los adultos quienes mandamos a los niños a la guerra.

-Este es el libro que siempre quisiste desde que eres escritor. Y ahora que lo has escrito…

-Pues estoy feliz, más que porque el libro haya sido bien recibido por la crítica y por la gente, más que por todo eso, he conseguido formular de la manera más compleja posible una pregunta muy compleja. Eso es lo que hacemos los escritores. Me he liberado de una obsesión, de algún modo.

-En el libro muestras tus prejuicios, dudas y el miedo a que te digan que haces revisionismo, al volver de nuevo a escribir de un falangista.

-No tengo miedo, sinceramente. La literatura es un oficio de riesgo. Quien no corre riesgos, que no escriba. Entonces, yo, como persona, soy razonablemente cobarde pero, como escritor, no puedo serlo. Un escritor cobarde es como un torero cobarde. No ha lugar. No puede ser.

-David Trueba te pregunta en el libro: «¿Tú te sientes culpable por haber tenido un tío facha?». Le respondes: «Un tío no. La familia al completo». ¿Hay que superar el pasado?

-Hay que asumirlo. Y para asumirlo, hay que comprenderlo. Comprender no es justificar. Es lo contrario. Es darse las armas para no volver a cometer los mismos errores.

-El libro aborda también la emigración y el desarraigo de tu familia.

-Es cierto. Ese es uno de los subtemas fundamentales del libro. Mi madre es quien encarna ese tema, porque ella fue una víctima. Yo simplemente soy un fruto de ese desarraigo. En cualquier caso, sin ese desarraigo yo no sería probablemente escritor.

-Tu tío Manuel Mena era visto en casa como un héroe. En el fondo, tal vez todo fuese un halo de mala suerte.

-Había tristeza. En mi casa se hablaba muy poco de ese chico. De hecho, se destruyeron todas sus pertenencias. Prácticamente, todas sus fotos. Porque el dolor era terrible. Porque la guerra es terrible. Y además, Manuel Mena luchó en el bando de los vencedores, pero es un perdedor.

-¿Por qué?

-Es un perdedor, como mínimo, por tres motivos: Primero, porque no luchó por sus intereses, sino por intereses de otros. Sus intereses los defendía la República. No los defendió el franquismo. Segundo, porque luchó por una causa injusta y murió en el bando equivocado de la Historia. Y, por lo tanto, políticamente no podemos reivindicarle. Honrarle, sí, como también podemos honrar a otros. Y tercero, perdió todo, incluida la vida. Así que es un perdedor por partida triple.

-El libro solo tiene un 3% de ficción. Has reconstruido la vida de tu tío «con un afán de historiador casi maniático». Pero tú la calificas de novela.

-Claro. Es una novela. Primero, porque la novela no está obligada a ser ficción. Yo he escrito novelas sin ficción, como El impostor o Anatomía de un instante. Porque la ficción no es una condición de la novela. Y en segundo lugar, porque en esta novela sí hay ficción. Hay muy poca, no sabría decir cuánto. Pero en el momento en que tú pones un granito de ficción en una historia real, toda historia real se convierte en ficción. Igual que cuando tú echas una gota de veneno en un vaso de agua. Ya no puedes beberlo.

-Como ocurre en ‘El impostor’, la obra mantiene dos líneas: la biográfica de Manuel Mena y la labor de investigación y escritura.

-Eso es exacto. Y son dos narradores quienes cuentan esas dos historias. Por un lado, hay un narrador, un historiador, y no inventa nada, se atiene a los hechos y reconstruye esos hechos con la mayor complejidad posible, la historia del pasado, de mi familia, de Manuel Mena. Y por otro lado, hay un narrador del presente que reconstruye el proceso de hacerse de la propia novela. La novela surge del diálogo entre el pasado y el presente, entre la ficción y la Historia. No solo habla de la guerra civil, sino sobre todo de la herencia de la guerra civil.

-¿Por qué esa necesidad personal de recuperar y entender el pasado más vergonzoso de la familia? Todos hemos tenido parientes fascistas.

-Y aunque no los hayamos tenido. Todos venimos de ahí. Porque me parece indispensable afrontar el pasado con la mayor complejidad. Y sobre todo, el peor pasado. La única manera de hacer algo útil es tener el pasado siempre presente, y sobre todo el peor pasado. En cuanto tú olvidas ese peor pasado, ya te estás preparando para repetirlo. Que es lo que nos está pasando ya en Occidente, por cierto.

-Defines la novela como «belicosamente antibelicista».

-Es que se nos ha olvidado lo que es la guerra. Yo quiero recordar a la gente lo que es la guerra. Por ejemplo, se nos ha olvidado que la guerra la hacen los niños, como Manuel Mena. Y se nos ha olvidado que somos los adultos quienes los mandamos a la guerra. Y eso es lo que yo quiero recordar en este libro. O sea, la verdad de la guerra, el espanto.

-Investigando, también averiguaste que tu abuelo Paco fue el primer alcalde franquista de tu pueblo, Ibahernando.

-Es que sobre el pasado de nuestra familia flota una niebla total. Y yo he querido despejarla. Sobre el pasado de nuestra familia, de nuestras familias sin excepción, porque la gente que vivió la guerra no quería hablar de ella. Y nosotros debemos respetar ese derecho. Tiene el derecho de callarse, pero nosotros tenemos la obligación de saber la verdad.

-Como decías, todos los niños van al matadero de la guerra porque los adultos les engañan con ideas tóxicas. Como tu tío, tantos otros, en uno y otro bando.

-Absolutamente. Es lo que decíamos antes. Las guerras las hacen los niños. Siempre ha sido así. En África, los yihadistas son niños la mayoría y van a la guerra porque los hombres hemos dado una visión idealizada de la guerra durante siglos y siglos, y porque los llevan a ella ideologías venenosas, tóxicas, el fascismo o como las que están resucitando ahora mismo, o como el comunismo fue en su época. Están resucitando ideologías que prometen el paraíso y que acaban provocando el infierno.

-La literatura, dices, es un deporte de riesgo. ¿Saliste indemne de esta experiencia o tuviste miedo de encontrar hechos hirientes?

-Tuve mucho miedo pero el escritor tiene que aguantar ese miedo. Yo, como persona, soy razonablemente cobarde. Pero como escritor no puedo serlo. Un escritor cobarde es como un torero cobarde. Sí, tuve miedo, pero el miedo me lo aguanto. Y he salido fortalecido, no tengo ninguna duda. Aquí estoy vivo. Lo que no te mata te hace más fuerte, dice Nietszche. Por eso escribo, para ser más fuerte y para hacer más fuertes, si es posible, a los lectores.