En realidad, el título original es Les cowboys. Thomas Bidegain, guionista de notables títulos del último cine francés, se inspira para su debut en la dirección en un clásico de John Ford, nada más y nada menos que Centauros del desierto, mostrando el horror de la actualidad y, desde luego, no saliendo mal parado del reto, que no se presentaba fácil por el riesgo que entrañaba. Gracias a un gran dominio de la elipsis y demostrando un excelente pulso narrativo, inundando el relato de silencios, se nos muestra cómo a partir de la desaparición de una chica de dieciséis años, en compañía de su novio árabe, posiblemente arrebatada del hogar para la yihad, un padre y su hijo se embarcan en la obsesiva misión de buscarla por diferentes partes del mundo por donde se supone han pasado y dejado alguna pista que seguir. El relato cambia de punto de vista, a mediados del trayecto, de ahí la traducción del título al español.

El género del western se halla presente como telón de fondo, cambiando el caballo por el volvo, los indios por los yihadistas, el viaje con una misión se convierte en protagonista absoluto y el héroe demuestra una terquedad absoluta por conseguir llegar a cumplir el objetivo marcado en pos de restaurar el orden establecido antes de que ocurriera el suceso que disparó la trama del filme.

El uso del fuera de campo, los personajes desaparecidos permanecerán ocultos mientras el guionista lo crea necesario, estirando la situación al límite, ayuda a mantener el suspense mientras los protagonistas viajan por diferentes territorios, aquí el lejano Oeste se intercambia por otros paisajes más cerrados y oscuros en los bajos fondos de Siria, Irak, Amsterdam... Todo ello, ilustrado con una fotografía en tonos fríos magnífica de Arnaud Potier y una muy medida banda sonora de Raphael Haroche. H