El título de la película de Simon Curtis (el director de Mi semana con Marilyn ) alude directamente al cuadro de Gustav Klimt, el conocido retrato de Adele Bloch-Bauer, la tía de la protagonista de esta historia de recuperación del arte que los nazis robaron al pueblo judío en la Segunda Guerra Mundial. El filme no sería lo mismo sin Helen Mirren, la actriz que todos recordarán por La reina de Frears, y que literalmente se hace la dueña y señora del filme, gracias a esa manera suya de estar ante la cámara. Cualquiera de sus gestos basta para monopolizar la mirada del espectador y convertirse en el centro mismo de la función. Y no es que estén mal sus compañeros de reparto, tanto Ryan Reinolds, en el papel de abogado acompañante, como Daniel Brühl, como periodista de investigación, se mantienen a un nivel aceptable. Pero, sin duda, el film es Helen Mirren.

La historia está basada en hechos reales y se narra entre el presente de 1998, cuando se realiza el proceso judicial por la obra en cuestión, y el pasado desde que Klimt pinta el cuadro hasta que los nazis invaden Austria y se apropian de numerosas obras de arte. Precisamente, estas últimas secuencias rodadas en forma de flash-back, posiblemente, sean las de menor interés al estar filmadas con el estilo televisivo que acostumbran los británicos, restando interés y ritmo a la trama central del guión, que relata los arduos esfuerzos de esta judía, exiliada en EEUU, por recuperar su patrimonio familiar, teniendo que luchar contra la indiferencia y altivez de los representantes de todo un país que no estaba dispuesto a dejar escapar una obra de arte demasiado emblemática. Así pues, asistiremos a cómo un joven abogado con escasa experiencia en el tema, apoyado en todo momento por su cliente -la insobornable mujer que un día vio como Klimt pintaba a su tía y luego la obra era confiscada-, se empeñan y consiguen restituir la justicia.