El talento de Gonzalo Torné (Barcelona, 1976), confirmado en su anterior 'Divorcio en el aire' (2013), se inscribe en la nobilísima tradición del realismo psicológico de Henry James, para la que la arquitectura de la novela se sustenta en cuatro pilares: la espeleología de la conciencia de los personajes, la definición de una voz y un punto de vista desde el que se realiza esa inmersión, el planteamiento de una cuestión moral de fondo y el cultivo de una prosa de alto estilo, fumigada de tópicos y blanduras. En esa tradición, esencialmente anglosajona, se cuentan escritores imprescindibles como Scott Fitzgerald, John Updike, Philip Roth, Iris Murdoch o Ian McEwan y, entre nosotros, Álvaro Pombo o Javier Marías. Para estos escritores el entorno físico de los personajes puede ser irrelevante al lado de los poderosos resortes secretos de las ambiciones, deseos, fragilidades, decepciones, rencores y zozobras que mueven su maquinaria mental. La huella que imprimen en el lector las ficciones de esta estirpe no suele ser amable ni confortadora porque suele parecerse mucho al borroso retrato interior del propio lector y, en todo caso, responde a las breves exaltaciones y continuas fricciones de la sociabilidad y la convivencia.

Así sucede en estos 'Años felices' que son los de la juventud de cinco veinteañeros en el Nueva York de los años sesenta. El eje del grupo es el catalán Alfred Montsalvatges, aprendiz de poeta, que ha dejado atrás la España de Franco y, con ella, a su propia familia. El cuarteto de amigos que lo acoge, las hermanas Jean y Claire Rosenbloom, serena aquella, efervescente ésta, el judío misticoide Kevin y el opulento, cultivado e inteligente Henry (una especie de Jaime Gil de Biedma), proyectan en el guapo Alfred sus deseos e ideales hasta convertirlo en el príncipe (así lo llaman) que ha venido a excitar sus respectivos sueños y, creen ellos, a conducirlos a su realización.

AMISTADES AGRIETADAS

Este mesías de la dicha ajena, discreto, atento, sensible, a la altura de las expectativas de los demás, debe mantener en equilibrio esa felicidad colectiva sin que ninguno de los cuatro se sienta menoscabado o relegado. Pero ningún equilibrio dura y la elección de Claire sobre Jean o la afinidad intelectual con Henry van decantando poco a poco sus preferencias. La novela se detiene en aquellos años fundacionales de la amistad, con sus "tardes del heno" bucólicas en las que todo imita la perfección, pero luego activa el reloj narrativo y hace avanzar los años y los sucesos (los casamientos, los proyectos y empleos, los hijos...) para mostrar cómo se agrietan las lealtades, cómo brotan los fingimientos y las mentiras, cómo muerde la envidia y cómo se desmoronan los antiguos ídolos.

El acierto de Torné consiste en presentar esa historia eterna, la de la inmisericordia del paso del tiempo, como si fuera nueva a través de cinco conciencias flotantes, entre las que oscila el relato. Pero ese acierto quedaría en nada si no lo elevaran otros méritos, entre los que hay que destacar la excelencia de la prosa refractaria a los tópicos, rebosante de ironía, de la que depende en gran medida los muchos quilates literarios de la novela. Y también la gestión de una voz narrativa que de pronto emerge rompiendo la barrera temporal del relato con un salto hacia el futuro de unos descendientes, ya ancianos, para los que rememorar ya no es evocar sino construir de lo que pudo haber sido. Y evito ser más claro para no ser aguafiestas. Porque 'Años felices' es una fiesta literaria de las ya no menudean.