Hace más de 40 años, desde que la aparición de Cien años de soledad puso sobre él el foco y la responsabilidad del reconocimiento universal, que Gabriel García Márquez no se deja ver. Apenas entrevistas y actos públicos, nada de apariciones en televisión y, desde luego, cero promociones. Son muy pocos los que han tenido acceso al círculo de amigos del autor.

Por eso la relación que le une, a lo largo de las décadas, con el escritor y diplomático Plinio Apuleyo Mendoza tiene visos de prodigio. El autor colombiano es uno de los pocos a los que Gabo permitió tener acceso a su intimidad y sus pensamientos. Se sinceró con él en la larga entrevista El olor de la guayaba y fue el protagonista de un libro de recuerdos, Aquellos tiempos con Gabo (2000), que ahora aparece enriquecido con más textos y, sobre todo, con 10 cartas inéditas de García Márquez, bajo el título Gabo, cartas y recuerdos (Ediciones B). En sus páginas, iluminado por el cariño de su compadre -Mendoza es padrino de Rodrigo García, el hijo mayor-, Gabo sigue siendo un enigma, pero por lo menos se aportan claves para comprenderlo.

-¿No le inquieta haber puesto el foco sobre alguien que se ha dedicado permanentemente a emboscarse?

-Él siempre me tuvo una gran confianza. Yo era uno de los cinco amigos que siempre leíamos sus manuscritos. Cuando estaba a punto de publicar Cien años de soledad, vino a mi casa de Barranquilla y me confesó que no estaba nada seguro de lo que había hecho. Me dijo que había echado mano de las historias de sus tías y su abuela. Por ejemplo, el relato de Remedios la bella...

-Sí, la chica que se fue al cielo.

-Eso es lo que escribió él, porque la abuela contaba que se la llevó el viento cuando iba a colgar la ropa. Todo eso para no confesar que, en realidad, se había fugado con un camionero. Cuando leí el manuscrito de Cien años de soledad le escribí rápidamente: «Tranquilo, que diste el golpe». Y él me confesó que solo después de haber leído mi carta pudo dormir con tranquilidad.

-¿Qué descubrió al desempolvar todos estos recuerdos?

-Yo no era tan consciente entonces de la férrea disciplina de Gabo, que asumió su vocación con mucho valor. Muchos nos dedicábamos al periodismo para ganarnos la vida, y aparcábamos la literatura, pero él, cuando el dictador Rojas Pinilla cerró el periódico del cual era corresponsal en París, no regresó a Colombia. Prefirió continuar su libro pasara lo que pasara. Afrontó incluso el hambre, estuvo siete meses sin poder pagar el alquiler de su buhardilla.

-La primera impresión que suele causar García Márquez no siempre es buena, en su caso no lo fue.

-Me lo presentaron oficialmente en París. Me pareció un tipo distante y altivo. No fue hasta tres días después, cuando salió al Boulevard Saint Michel como un niño pequeño a saludar la nieve recién caída, que me dije 'este es un loco y con los locos yo sí me entiendo'. La nieve deshizo su caparazón.

-¿Por qué cree que Gabo es un misterio para mucha gente?

-Él no solo detesta la fama, le aterroriza, por eso pone muchas barreras frente a los demás. Eso hace que mucha gente pueda encontrarlo antipático y, sin embargo, no lo es. Cuando se preparaba para recibir el Nobel nos dijo a los que le acompañábamos que aquello le parecía una ceremonia fúnebre, que era como asistir a su propio entierro.

-Usted que abandonó la extrema izquierda tras el caso Padilla, como muchos de sus colegas, mantuvo la amistad con García Márquez, amigo a su vez de Fidel. ¡Qué cosa más difícil en los años 60 cuando todo estaba teñido por la ideología!

-Yo creo que nos salvó el humor, nos burlábamos mucho el uno del otro. Además, Gabo, no hay que olvidarlo, por sus vínculos con Fidel ha salvado a mucha gente de las cárceles cubana. El último fue Raúl Rivero.

-Y no cree tanto en el comunismo como en Fidel. Lo dice usted. ¿Me lo explica?

-Él y yo recorrimos juntos todo el mundo comunista y salimos curados de espanto para siempre. Tras nuestra salida de Cuba, donde trabajamos en Prensa Latina, nos llamaban los contrarrevolucionarios. Él sabe bien qué es el comunismo.

-¿Qué es lo que le seduce de Fidel?

-Fidel, con mucha habilidad, le convirtió en amigo. Le cuenta sus problemas más íntimos y él se siente obligado. Creo que históricamente no le va a convenir esa amistad, pero para él es lo primero.

-Entre las cosas que podían haberlos distanciado está la firma de apoyo a Padilla que usted puso bajo su responsabilidad en nombre de Gabo y que luego él no refrendó.

-Sí, luego yo me precipité a rectificar y él no me acusó públicamente, tan solo me envió una cartita.

-¿Qué decía la carta?

-Eso no lo he puesto en el libro. Decía que estaba convencido de que el mundo iba a ser de los comunistas. Yo le dije que era mejor que sus libros circularan debajo de las mesas que no en las enciclopedias oficiales, pero no hubo pelea.

-¿Cómo está Gabo en la actualidad? ¿Es cierto que está afectado de demencia senil?

-Lo que sí me consta es que tiene fallos de memoria. No reconoce a la gente, pero esas son cosas que vienen con la vejez. Físicamente está bien pero cada vez es más difícil hablar con él por teléfono.

-¿Sabe si sigue escribiendo? ¿Qué hay de En agosto nos vemos, esa novela que preparaba?

-La última vez que le vi en Barcelona me dijo que tenía dos o tres versiones de una novela pero que había decidido dejarla. Y tomar esa decisión es muy duro. Curiosamente, apenas le llegó la fama, ya no volvió a escribir una sola carta.

-¿Cree que la celebridad hizo de él un hombre infeliz?

-Solo puedo repetirle lo que él mismo me escribió. «Antes vivía cagado de susto por lo que me podía ocurrir, ahora vivo cagado de susto por lo que me ocurrió».