François Ozon, además de ser uno de los directores europeos más prolíficos que operan en la actualidad, tiene la habilidad de mutar de piel en cada una de sus películas. No se puede decir que ninguna de ellas se parezca entre sí, es capaz de cambiar de género e incorporar en cada caso nuevos elementos que sirven para ampliar y enriquecer su universo. Sin embargo, a pesar del variado abanico de estilos y registros que ofrece sus obras, todas se encuentran impregnadas de su potente personalidad cinematográfica. A Ozon le gusta jugar. Y para ello se vale de la ambigüedad, de los dobles sentidos, de los personajes turbios que siempre esconden algo, de las narraciones llenas de vericuetos y ramificaciones que establecen un mecanismo reflexivo en torno a la distinción entre realidad y ficción.

En 'El amante doble', adaptación de la novela 'Vidas gemelas', escrita por Joyce Carol Oates con el pseudónimo de Rosamund Smith, vuelve a utilizar este dispositivo a través de los moldes del 'thriller' erótico más bizarro y retozón, en el que encontramos planos de vaginas durante un orgasmo que se convierten en ojos que lloran, embriones de gemelos caníbales y escenas con dildo. Y dos actores, Jérémie Renier y la absorbente Marina Vatch, sin miedo a desnudarse por dentro y por fuera.

¿Qué es lo que más le interesó a la hora de plasmar la figura del doble en la pantalla? Era una forma de hablar de la diferencia precisamente partiendo de algo que es exactamente igual. Una forma de adentrarme en el yo partiendo del otro. Pero en realidad, he de confesar que lo que más me motivaba era jugar con las posibilidades visuales que ofrecía esta figura. Me permitía divertirme con la puesta en escena utilizando los espejos, las imágenes especulares, los reflejos y las pantallas partidas para hablar de la dualidad, de la identidad escindida. Y de la parte más monstruosa, violenta y retorcida que anida en nuestro interior. Por si alguien creía que después de 'Frantz' me había domesticado y vuelto académico, aquí descubro mi lado más salvaje.

De nuevo juega con las estructuras del guion para crear un espacio muy sugestivo de ambigüedad. Es mi película más psicológica. Nunca se llega realmente a saber si lo que estamos viendo corresponde a un estado mental o sucede de verdad. Quería meterme en la cabeza de Chloé, el personaje que interpreta Marina Vatch, también en su sexo, en sus fantasías más oscuras, y navegar a través de ellas como si estuviéramos en un sueño. Es un viaje por su inconsciente y está construido como un puzle enrevesado que poco a poco se va ordenando en la cabeza del espectador. Me gusta plantear retos, no ser acomodaticio, que el público interactúe con lo que está viendo.

Supongo que estará harto de que le hablen de las influencias que se advierten en la película. Pero es como si nos introdujéramos en un 'thriller erótico' de los 80-90. ¿Era esa su intención? Sí, no lo puedo negar. Me encantan Brian de Palma, Paul Verhoeven, David Cronenberg... sobre todo porque eran directores que, como yo, daban mucha importancia a la puesta en escena, que es algo que se ha perdido en la actualidad. Me apetecía recuperar esas atmósferas morbosas, pero al mismo tiempo muy estilizadas. Y también arriesgarme un poco con las escenas de sexo, que fueran imaginativas y un poco enfermizas.

Muchas de sus películas están narradas desde el punto de vista femenino, desde 'Swimming pool' a 'Joven y bonita'. ¿Qué es lo que más le interesa a la hora de abordar esta perspectiva? Para mí no hay diferencias entre hombre y mujer, entre la mentalidad masculina y femenina. Por eso en mis películas muestro una inversión en los papeles, para demostrar que somos iguales. Eso me permite dinamitar las barreras y hablar libremente de la sexualidad sin ningún tipo de tabús, ni morales ni físicos. Aunque a veces pienso que me escondo detrás de las mujeres para hablar de mí mismo y mis obsesiones.