En circunstancias normales, esta sería la crónica del histórico triunfo de Moonlight en los Oscars 2017, el análisis de cómo en momentos política y socialmente convulsos, la industria de Hollywood ha aparcado los probados instintos ombliguistas cuya satisfacción ponía en bandeja de plata La La Land y se ha decidido a reconocer como mejor película una producción independiente (rodada en 25 días, con una sola cámara y millón y medio de dólares de presupuesto), un trabajo valiente y relevante en mucho más que en lo artístico. Y se pondría el foco en otro elemento histórico y sociopolíticamente oportuno: Mahershala Ali, premiado como actor de reparto, es el primer intérprete musulmán con un Oscar, un hito que llega en el año en que la presidencia de Donald Trump ha elevado la islamofobia a doctrina gubernamental con una orden ejecutiva que ha tratado de vetar la entrada a EEUU de inmigrantes de siete países de mayoría musulmana.

Las circunstancias de los Oscar de este domingo fueron, no obstante, cualquier cosa menos normales. Y estos premios serán recordados por un error monumental y sin precedentes que llevó a declarar mejor película a La La Land, el musical que llegaba como favorito con sus 14 candidaturas y que a esas alturas de la gala ya llevaba seis estatuillas, incluida la de Damien Chazelle, a sus 32 años el director más joven con un Oscar. Los rostros públicos de la infamia serán los de Faye Dunaway y Warren Beatty, dos veteranos de 76 y 79 años, respectivamente, que leyeron públicamente el título y propiciaron un momento de celebración sobre el escenario de los productores de La La Land, con discursos de agradecimiento incluidos, antes de que se enmendara el error ante los ojos de un público y unos protagonistas atónitos. La responsabilidad, no obstante, recae en los empleados de Price Waterhouse Coopers, la compañía que gestiona los votos y que dio a Beatty el sobre equivocado (la copia de seguridad del de mejor actriz, que acababa de ganar Emma Stone por su papel en el musical).

El productor de La La Land Jordan Horowitz muestra la tarjeta que dice que Moonlight es la ganadora, ante la mirada de Warren Beatty.

No es consuelo el comunicado de disculpa que ha emitido la empresa. Tampoco lo es el hecho de que Horowitz reaccionara con una elegancia casi heroica, anunciara el error y esperara sobre el escenario para dar la estatuilla a su justo dueño, Barry Jenkins, con quien se fundió en un abrazo. El esperpento ensombreció el triunfo de Moonlight, los logros de La La Land y casi todo lo demás.

Y en ese todo lo demás se incluyen muchos de los elementos que son más comunes en estos premios. La emoción desbordada llegó con el discurso de Viola Davis, un enorme talento reconocido con el premio de actriz de reparto por Fences. Y un drama magistral como Manchester frente al mar llevó hasta un indiscutible oro a Casey Affleck y al director Kenneth Lonergan, reconocido por el guion original.

No faltaron la dosis habitual de reparto salomónico (hasta Escuadrón suicida tiene una estatuilla, por su maquillaje y peluquería) ni una de esas historias de redención que Hollywood adora (dos premios para Hasta el último hombre, de Mel Gibson, incluyendo uno para un montador de sonido que había sido nominado 20 veces antes y nunca había ganado). Anticipaba en la era Trump, la ceremonia estuvo políticamente cargada, pero en muchos casos con más sutileza de la predecible. Quizá donde más se palpó la conciencia de Hollywood fue en las votaciones.