Confieso que tentado estuve de abandonar la sala poco tiempo después de comenzar la película de Denzel Washington, una obra de teatro original del dramaturgo norteamericano ganador del Pulitzer y el Tony (ambos por esta pieza) August Wilson (1945/2005), filmada con corrección por este buen actor que previamente la interpretó sobre las tablas y que ahora dirige, protagonizándola para la gran pantalla. Y la culpa la tenía sólo él (bueno, también el doblaje, lo reconozco). El cansino primer monólogo que se marca no hacía presagiar un buen viaje durante los 139 minutos de duración. Sin embargo, me alegré de haber permanecido en la butaca por dos razones.

La primera, descubrir esta obra dramática ahora convertida en un guión cinematográfico y con ello al dramaturgo que la escribió; en segundo lugar, porque la gran interpretación de Viola Davis bien que merece la pena cuando se pone en la piel de una mujer que sufre las contradicciones de su marido, que ha de equilibrar las problemáticas situaciones que él provoca cuando, por ejemplo, se enfrenta a sus dos hijos mediante una férrea disciplina cercana a la tiranía, aunque posea sus razones, tras el resentimiento que esconde y que aflora de vez en cuando al requemarse con sus recuerdos muchos años después de haber sido apartado de una exitosa carrera deportiva por el color de su piel, sobreviviendo ahora de basurero y optando al puesto de conductor (únicamente destinado a hombres blancos).

Fences está construida mediante una planificación que respeta ante todo el trabajo actoral, aunque los diálogos y, sobre todo, monólogos rechinan demasiado pudiendo saturar al espectador cinematográfico. Y en cuanto a resultados, esta producción navega entre la estética del telefilm de calidad y un «estudio uno» rodado en exteriores, donde el texto teatral se ha respetado tanto que no ha dejado de serlo, echándose de menos una dramaturgia cinematográfica, un guión más allá de la obra. Por tanto, personalmente, me quedo con los silencios y el sufrimiento que desprende Viola Davis con su mirada acuosa, antes que con la imparable verborrea de Denzel Washington.