Todo empezó como un juego que acabó dando la vuelta al mundo, y de cuyo hito ahora se cumplen 15 años. Cuando Manuel Ruiz Queco bromeaba con sus hijos a cuenta del estribillo del tema Rapper’s Delight, de Sugar Hill Band, nunca imaginó, igual que las hermanas Lola, Pilar y Lucía Muñoz, que ese trabalenguas convertido en estribillo del Aserejé se convertiría en número uno en 27 países, fuera grabado en siete idiomas y se vendieran de él más de siete millones de copias, llegando a estar en el puesto 103 de la lista de los temas más vendidos de la historia de la música. Así, en el año 2002, el Aserejé cambió las vidas de su compositor y, sobre todo, de sus intérpretes, que se reunían por primera vez bajo el nombre de Las Kétchup (por algo eran hijas del guitarrista El Tomate), a las que después se unió una cuarta hermana, Rocío, con quien ahora forman un cuarteto que sigue llevando el famoso tema por los escenarios.

«Tras conocer a Las Ketchup, en un momento en el que me aventuré a crear mi propia compañía discográfica, ese disco, Hijas del Tomate, fue mi primer producto», señala Queco, que reunió en aquel álbum canciones de las propias intérpretes, a las que él puso los arreglos musicales, aunque «le faltaba esa canción que sobresaliera por encima de las demás», ya que con ese trabajo «nos jugábamos mucho». «De pronto, me acordé de aquel estribillo que tanto divertía a todo el mundo y pensé en convertirlo en un tema», explica el autor.

Y así fue como nació Diego, un tipo flamenco al que le encanta la noche y se vuelve loco bailando y cantando, en su particular inglés, ese estribillo. Porque, eso sí, la divertida coreografía que crearon Las Ketchup para promocionar la canción era tan vital como el propio tema, convirtiéndose en un factor muy importante en su éxito. «A todo el que la escuchaba le encantaba, y enseguida firmamos una distribución para el extranjero con Sony Music», continúa Queco, que reconoce que «tampoco pensábamos en ese éxito, quizá sí tenía claro que a nivel nacional se vendería bien, pero nunca que en cuatro meses se convertiría en número 1 en 24 países, una locura».

Pero, pese a tamaño pelotazo, aquel verano del 2002 se convirtió en el «más agridulce de mi vida» porque «creo que no estábamos preparados para ese éxito», no todo «salió bien» y «pienso que el proyecto podría haber tenido más recorrido», aunque «mi vida prácticamente subsiste gracias a esa canción, es mi punta de lanza, y a otros cuantos éxitos», confiesa Queco.

Sin embargo, Las Ketchup, que siguen con su carrera artística, aunque más fuera que dentro de España, no se hicieron ricas con el tema que las hizo recorrer el mundo y, según Pilar, «no fue proporcional el dinero al esfuerzo», aunque, «con el paso del tiempo, te reconcilias con todo».

Ahora, en medio de una gira que las está llevando por países como Noruega y Dinamarca, y fraguando la salida de un nuevo disco que compaginan con su vida personal -las tres ya son madres-, Pilar y Lola recuerdan aquella «vorágine». «Fueron unos meses muy intensos en los que cambió nuestro entorno, nuestra vida», dice Pilar, que vive en Madrid, donde, además de continuar con sus compromisos con el grupo, también trabaja como actriz. «Aquello fue un punto de inflexión en la carrera de la vida, un aprendizaje brutal, algo a lo que estoy profundamente agradecida», continúa la mayor del trío, que reconoce que en algún momento, en su caso concreto, se vio «sobrepasada» por el éxito y la fama. «No me paraba a pensarlo, no tenía tiempo», continúa Pilar, que también asegura que «había algo que me devolvía los pies a la tierra» y «aceptar lo que estaba pasando», que, por otra parte, le ofreció inolvidables momentos como el de conocer personalmente a David Bowie o «ver las caritas» de los niños de El Salvador para los que ofrecieron un concierto.

Por su parte, Lola recuerda que, en cuanto terminó la Feria de Córdoba de ese año, donde ya sonó con mucho éxito el tema, «cogimos el primer avión y ya no volvimos a casa». La promoción del disco, que compaginaron con la gira veraniega, duró ocho meses, en los que las tres cordobesas recorrieron el mundo. «En nuestras maletas había abrigos y bikinis porque no sabíamos dónde íbamos a acabar» y también reconoce que «para eso no hay nadie preparado, aunque la vida es así y nosotras tratamos de hacerlo lo mejor que pudimos».

La fama y la legión de seguidores tampoco supusieron ningún problema, según señala Lola, que asegura que «asumíamos que después de cada concierto había que atender a los fans, pero luego volvías a ser Lolita Muñoz y te ibas a comer un plato de lentejas a casa de tu madre». Lola, que sigue viviendo en Córdoba, asegura que «teníamos muy claro que ese boom no duraría siempre, es lo normal, no hay cuerpo que lo aguante, y lo llevamos con mucha naturalidad».

Después del éxito del Aserejé, Las Ketchup representaron a España en el Festival de Eurovisión, algo que, pese a los importantes escenarios que ya habían pisado, «impresionó» al grupo. «Yo aluciné con el montaje, el despliegue de medios y la organización», recuerda Lola, que «no sabe» por qué no trabajan en España, aunque siguen defendiendo fuera de nuestras fronteras sus dos discos, Hijas del Tomate y Un blodymary, con el Aserejé por bandera.