Todo un ejercicio de estilo es el que ha realizado la cineasta escocesa Lynne Ramsay. Basándose en la novela de Jonathan Ames, escribe un guión para lucimiento de ese gran actor que es Joaquin Phoenix, cuya caracterización de un ex-marine que actúa por encargo para salvar a niñas raptadas y explotadas sexualmente le ha valido un premio en Cannes, al igual que el libreto. Y eso que la cinta cuando se presentó en dicho festival aún no estaba rematada del todo. El título, que no es de esos pegadizos que se te quedan fácilmente en la memoria, tiene su sentido. Aunque uno no lo va a encontrar hasta que concluya el filme. Y no diremos más. Baste con decir que puede que ésta sea una de las propuestas más interesantes de la cartelera, pese a la crudeza del relato y la violencia que a veces, aunque justificada, desprende su inquietante puesta en escena.

El protagonista, un ser atormentado por los traumas sufridos durante su infancia y luego incrementados por su intervención en conflictos bélicos, nos acompaña en una historia situada entre el sueño y la realidad, entre el delirio y la más descarnada verdad existencial, cuando es contratado por un político para que salve a su hija, después de haber desaparecido y caído en una red de prostitución. El solitario y sufrido personaje que encarna con la perfección que caracteriza a Phoenix, con la única ayuda de un martillo consigue llevarnos hasta los más oscuros recovecos de la sociedad para encontrarse con quienes saben de ello y actúan sin escrúpulo alguno amparados por su impunidad. Quizá los únicos momentos de ternura que se le atisban sean los que comparte con su anciana madre durante la convivencia del día a día, cuando no está en sus labores nocturnas. Hay quien ha querido ver la cercanía de este filme con otros como Drive (Nicolas Winding, 2011) o Taxi driver (Martin Scorsese, 1976), protagonizados asimismo por héroes solitarios, enfermos de la noche.