Si la semana pasada hablábamos de un gran actor argentino (Ricardo Darín), hoy lo hacemos de otro: Miguel Ángel Solá. Porque como es tan difícil verlos en una función teatral en esta ciudad, por no decir imposible, al menos la gran pantalla nos ofrece la oportunidad de disfrutar sus trabajos en celuloide al cien por cien, pues aquí no necesitamos la muleta del doblaje y las voces que escuchamos son las suyas, con ese acento tan característico.

Pues bien, viene al caso el comentario por la presencia en la cartelera de El último traje (que también podría titularse El último abrazo), coproducción entre España y Argentina escrita y dirigida por Pablo Solarz, donde, con bastante maquillaje para el envejecimiento del personaje y una interpretación de lo más teatral, Solá se mete en la piel de un sastre judío de 88 años que vive en Buenos Aires desde 1945 y decide cruzar el charco para viajar hasta Polonia, sin pisar Alemania, para buscar a quien le salvó la vida en pleno Holocausto y a quien no ve desde entonces.

Película de viaje, o road-movie si ustedes prefieren el término, donde nuestro protagonista se va encontrando con una serie de personajes en cada una de las escalas que se ve obligado a realizar, sobresaliendo la presencia, nuevamente, de una gran actriz como es Ángela Molina que, últimamente, suele regalarnos importantes trabajos y grandes momentos con tres o cuatro escenas en las producciones en las que participa, elevando esos pasajes en que interviene con la naturalidad y gracia que le caracteriza.

Y cuando se unen en el mismo plano dos monstruos de la escena como son Solá y Molina saltan chispas, elevando el nivel y siendo lo mejor de los 86 minutos que dura el filme, sin duda sostenido por las interpretaciones de cada miembro del reparto, donde también figuran Natalia Verbeke como la hija que vive en España y sin relación con el anciano padre o Martín Piroyanski, que se transforma de antipático músico y compañero de viaje en eficaz ayudante y colega.