Mientras veía y escuchaba esta última película de Icíar Bollaín no dejaba de pensar en lo próximo que está consiguiendo estar últimamente su cine del que realiza Ken Loach y, claro, es lógico pensarlo si tenemos en cuenta que ambos comparten guionista, Paul Laverty, que al fin y al cabo es quien se supone idea en primer lugar el filme en papel. Así que nos encontramos ante un relato de buenas intenciones con bastante contenido de carácter social donde impera la idea de cómo la herencia de lo natural puede llevar a embarcarse en una aventura de lo más loco, en plan cervantino, para conseguir llegar a donde el corazón y el sentido de la justicia dicte, pese a quien pese. Y al acabar no deja mal sabor de boca, aunque la fotografía escogida busque un realismo a costa de un mínimo de estética, aunque el buen rollo a veces sobrepase niveles aceptables al igual que la búsqueda de la lágrima fácil y, desde luego, aunque la última parte del filme decaiga en demasía. No obstante, las interpretaciones salvan bastante el resultado final, otorgando verosimilitud a la historia que a veces la pierde por alguna que otra situación; concretamente, la actuación de Javier Gutiérrez vuelve a ser intachable y en cuanto a la actriz protagonista, Anna Castillo, logra convencernos del empeño de su personaje por llegar a donde encuentra aquello que podría salvar a quien más quiere, a su abuelo, completamente ensimismado desde que perdió el árbol milenario que dio sombra y algo más a su vida y la de los suyos. Además, viendo a esta actriz no he dejado de ver a quien la dirigía, queda como fagocitada por la persona que se puso, cuando era adolescente, como actriz ante la cámara de uno de los mejores directores que ha tenido este país: Víctor Erice. En resumen, probablemente no estamos ante la mejor película de esta cineasta pero su nivel ya lo querrían para sí muchas de las producciones nacionales estrenadas. H