El boca oreja ha convertido 'El libro de la madera' en 'best seller' mundial. La banda que abraza la obra del noruego Lars Mytting te atrapa con un caudal de mensajes que no queda otro remedio que encargar un ejemplar en la librería del barrio. "Un libro único, fenómeno mundial con medio millón de lectores, ganador del british Book Industry Award al mejor libreo de no ficción del año. Por la gran estrella de la literatura noruega junto a Knausgard, ganador del premio de los libreros de Noruega".

El subtítulo puede ser revelador: Una vida en los bosques.

Apartemos los árboles. Pablo Motos, conductor del 'late show' 'El hormiguero' esta misma mañana también podría haberlo encargado. Al menos si era cierta la cara de seducido que le ponía en pantalla a la periodista Mercedes Milà. La expresentadora de 'Gran Hermano', invitada del programa de Antena 3 la noche del martes, defendió 'El libro de la madera' como una obra fundamental para reconducir las prioridades de la vida.

La vehemencia de la periodista barcelonesa quiuzá haya servido para ampliar el estatus de los lectores del 'best seller' noruego. "Un libro para emocionarse, para aprender, para reflexionar sobre nuestra relación con el fuego y el ritmo de la vida, la naturaleza humana, el capitalismo moderno y la ecología", según rezaba, desde el pasado noviembre, el dosier de prensa de la editorial Alfaguara.

Para comprender mejor el alcance de 'El libro de la madera', recuperamos la entrevista a Lars Mytting, publicada el pasado 22 de enero en 'Más Periódico', con el periodista Juan Fernàndez (@juanolula)

LA ENTREVISTA DE JUAN FERNÁNDEZ

Que un libro sobre el arte de hacer leña se convierta en uno de los fenómenos editoriales de la temporada en varios países europeos podría inscribirse en la lista de excentricidades de unos tiempos desconcertantes. Pero el noruego Lars Mytting, autor de 'El libro de la madera' (Alfaguara), del que lleva vendidos más de medio millón de ejemplares en 16 idiomas diferentes, encuentra razones antropológicas al éxito alcanzado por su guía para leñadores: en la era de lo virtual, pocas cosas hay más tangibles y reales que un montón de troncos apilados tras una hora de hachazos. Llevamos haciéndolo desde la noche de los tiempos.

¿Qué hace un periodista y novelista como usted escribiendo un vademécum sobre la madera? Parece un disparate, ¿verdad? ¡Y encima tiene éxito! Llevaba tiempo dándole vueltas a este tema y no sabía por dónde atacarlo, hasta que un día, casualmente, vi por la ventana de mi casa a un vecino cortando leña y apilándola para el invierno. Pensé acercarme a charlar con él, pero al final me quedé contemplando la cara de satisfacción que tenía mientras cumplía esa tarea milenaria. Era incapaz de definirla, pero era muy real. Y me dije: «¿Y si escribo un libro sobre esa sensación, un libro en el que los leñadores cuenten sus intereses y ambiciones, pero que no parezca una visión presuntuosa de un urbanita como yo, sino algo que mi vecino pudiese desear leer?».

Y a continuación agarró su Volvo 240 de tracción trasera y durante dos años se adentró en los bosques noruegos para rescatar historias de leñadores. ¿Qué encontró en ese viaje? A gente muy diferente que tenía en común dedicar buena parte de su tiempo a realizar una tarea que a simple vista puede parecer sencilla y sin mayor historia, pero si te detienes a observarla encuentras en ella matices interesantes. El leñador que corta troncos para calentarse dialoga con la naturaleza, porque la energía que va a liberar en su estufa de leña es la misma que ese árbol acumuló durante años. En su lugar crecerá otro árbol que repetirá el ciclo de las estaciones nuevamente. Es un acto ecológico, y también de amor.

¿De amor? Lo que más me llamó la atención de todos los leñadores con los que hablé fue la sensación de bienestar que transmitían al verse cumpliendo la trascendental misión de calentar sus hogares y a sus familias. Algo tan simple como esto, pero tan hermoso. Una mujer me contaba que su padre apenas hablaba de sus emociones, se pasaba el día en el cobertizo haciendo leña. Al final, ella entendió que él le hablaba a través de ese gesto, le daba su amor a toda la familia en forma de calor. A veces, incluso, hasta después de morir.

¿Después de morir? Me sorprendió conocer muchas historias de hombres de avanzada edad que habían llegado al final de sus vidas pero seguían apilando leña más allá de sus necesidades vitales. Hombres a los que les quedaba un invierno de vida, pero que continuaban cortando troncos para que sus familias siguieran calentándose cuando ellos ya no estuvieran. Y lo hacían con una dedicación exquisita, concentrados en la tarea, absortos, ajenos a todo lo que ocurriera más allá de sus hachas. Este libro trata sobre el amor por el trabajo práctico y el ejercicio manual. Sobre el placer que uno experimenta cuando hace algo que le permite estar en contacto con la naturaleza, sin artificios, de manera directa y real.

Pero su libro no es un manifiesto ruralista que promueva la vuelta a la vida en el campo. Es más bien una guía práctica sobre este oficio. Así es. En todo momento quise mantener una visión neutra sobre el mundo de los leñadores. Me limito a describir lo que hacen y a contar datos, anécdotas y miles de historias que hay alrededor de la madera, y que pueden ser útiles para todo el que lleva a cabo esta tarea. Pero yo no invito a la gente a abandonar las ciudades para irse a vivir al bosque. Solo fijo la atención en una labor que el hombre lleva cumpliendo con abnegación absoluta desde hace miles de años. Cortar troncos cuenta más cosas sobre nosotros de las que imaginamos.

Por ejemplo, revela la personalidad. Desconocía que la forma como uno organiza un leñero anuncia si uno es fiel o infiel, tranquilo o nervioso, previsor o espontáneo. En las zonas boscosas de mi país han aprendido a deducir el carácter de los nativos dependiendo de cómo guardan la leña. Un leñero es una escultura efímera creada para terminar ardiendo, pero revela la personalidad de su autor. Una pila ostentosa habla de un hombre extrovertido, probablemente dado a ir de farol. Una pila desorganizada alerta sobre un carácter inestable, perezoso, dado a las borracheras. Un leñero perfecto, milimétrico, revela un carácter obsesivo, sin vida social. Le sorprenderá saber que en mi país, durante siglos, la forma como se guarda la madera fue una guía para las mujeres que buscaban marido. De hecho, allí el amor se expresa regalando leña, no flores.

Lo sorprendente es que su historia haya interesado en países no tan dados como el suyo a esta práctica. ¿Se lo esperaba? Sinceramente, no. Aún recuerdo la primera llamada que recibí de un lector, que preguntaba por un tipo de sierra mecánica que nombro en el libro. Pensé: «¡Increíble, tengo un lector, ha merecido la pena!». En seguida se agotó la primera edición, y luego la segunda, y la tercera. Algunos decían que este libro solo podía interesar en Escandinavia, pero empezó a venderse con locura en Alemania, Dinamarca, Gran Bretaña, e incluso en Holanda, donde creo que hay dos árboles en todo el país.

¿Qué explicación encuentra a ese éxito? Hay algo en nuestro inconsciente colectivo que nos une a la madera de manera íntima. Nuestros antepasados se pasaron la vida partiendo troncos para subsistir. Si lo piensa bien, la civilización surgió alrededor de un fuego de leña. Nuestra cultura se desarrolló oyendo historias junto a un fuego donde ardía madera que alguien había cortado previamente. Está casi en nuestros genes.

Hoy vivimos alejados de ella, habitamos ciudades cubiertas de asfalto y hormigón. Por eso ha despertado tanto interés este libro, porque lanza una mirada sobre una tarea que forma parte de nuestra historia más ancestral, pero que teníamos prácticamente olvidada. Curiosamente, los países que tienen menos bosques son los más preocupados por la supervivencia de esos reductos naturales. Y son los lectores urbanos los que más se han emocionado leyendo estas historias de leñadores.

¿No parece contradictorio? A simple vista sí, pero piénselo: la vida moderna está llena de tareas estresantes y virtuales de las que no vemos el resultado, interactuamos con pantallas y realizamos trabajos cuyo resultado no podemos tocar. En cambio, agarrar un hacha y unos troncos y transformarlos en una pila de leños para echarlos a una hoguera es algo real, inmediato, que sucede delante de nuestros ojos fruto del trabajo de nuestras manos. Además, nos conecta con algo que hicieron nuestros antepasados para calentarse y evitar el frío, está inscrito en nuestro instinto de supervivencia.

Hay quien sitúa su libro en la cultura que promueve la vida 'slow'. ¿Está de acuerdo? Mi intención no era esa, pero entiendo que se haya interpretado así, porque en el fondo hablo de algo que está en las antípodas de la prisa y el estrés. Trabajas con troncos que llevan décadas formándose y que pueden tardar meses en arder. Cortar madera y apilarla es una suerte de homenaje y un recordatorio de que nada dura para siempre. Exige calma y previsión, y también una concepción lenta de la vida.

Perdone la curiosidad personal: veo que le faltan varios dedos de una mano; no los perdería cortando troncos, ¿verdad? No, los perdí hace muchos años intentando arreglar una motocicleta. Pero ya que lo menciona, le diré que los peligros de partir leña forman parte de su encanto. Uses hacha o motosierra, si te descuidas puedes hacerte daño. Esto exige concentración, y durante ese tiempo permaneces ajeno a todo lo que ocurre lejos de tus manos. Si lo haces bien, entras en una especie de estado de meditación, puedes llegar a sentir que eres parte de la naturaleza.