Un cruce entre biopic y musical. Ambos géneros confluyen en la ópera prima como realizador de Michel Gracey, un debut a lo grande, con un reparto de lujo y una apoteósica realización que busca un exceso en cualquiera de sus aspectos. De principio a fin uno se ve envuelto por un magnífico espectáculo, fiel reflejo de lo que busca edificar el protagonista de esta historia: el más difícil todavía, el espectáculo más grande del mundo. Porque el relato nos cuenta -eso sí, con no demasiada objetividad- la vida azarosa de P. T. Barnum, un hombre con una infancia casi dickensiana que, con la ayuda de su familia, hace realidad un sueño, construyéndose a sí mismo gracias a la conversión de un museo en circo mediante una colección de seres como salidos del filme Freaks (La parada de los monstruos) (1932) de Tod Browning.

Estética colorista y apabullante, cercana a lo que vimos en Moulin rouge ((2001) de Baz Luhrmann, aunque menos innovadora, El gran showman es todo un regalo para los sentidos, priorizando un montaje frenético que solo se ve amortiguado por los números musicales que han compuesto Benj Pasek y Justin Paul, el mismo dúo que escribiera las canciones de La La Land, aquí menos clásicos y más marchosos.

Para encarnar al protagonista, un tipo empeñado en salir de la pobreza y perseguir un sueño como fue crear el mayor show de la Tierra a través de lo que hoy conocemos como el circo, siempre con la obsesión de llegar a ser rico, el director encargó esta tarea a Hugh Jackman, un actor enérgico y vitalista, capaz de cantar, bailar e interpretar al mismo tiempo, como ya ha demostrado en otras producciones musicales, a la vez que lo acompañan intérpretes de la talla de Zac Efron (encarnando a Philipp Carlyle, su socio y dramaturgo), Zendaya (magnífica, incluso en el trapecio), Michelle Williams y Rebeca Ferguson, entre otros. Todos están estupendos a la hora de atacar las coreografías y piezas musicales, al igual que a la hora de caracterizar sus personajes.