Abogado, profesor, escritor, articulista de Diario CÓRDOBA… y sobre todo, para muchos (muchísimos) el mejor cuentista del siglo XX y de lo que va del siglo XXI en Córdoba, en el mejor sentido del término y en su más preclara valía literaria. Rafael Mir Jordano presenta hoy, a las 20.00 horas en el Palacio de la Merced, Cuentos completos, más de 300 relatos (160 de ellos inéditos) elaborados a lo largo de 68 años. La obra de toda una vida cuento a cuento.

-Entremos directamente en el tema: ¿qué va a encontrar el lector en ‘Cuentos completos’?

-Va a encontrar una parte de mi vida que comprende cinco libros de cuentos ya publicados más 160 cuentos inéditos...

-¡Madre mía!

-Muchos, sí, más de 300 cuentos.

-Para batir los récords de Augusto Monterroso.

-A veces lo he batido. En brevedad, tengo un cuento más corto que El dinosaurio. Tengo incluso otro que parte de ese cuento.

-Sí un relato que... pero disculpe. La palabra relato no le gusta, ¿no?

-No, no me molesta, pero la más exacta es cuento. Lo que pasa es que es una palabra antiquísima, que incluye los cuentos infantiles, cuentos que han existido en todas las civilizaciones. Uno de mis libros es Cuentos de una cuarta y otro Cuentavidas. Cuentos de una, de dos y de tres cuartas.

-A fin de cuentas, el cuento es la forma de narrar más antigua que tiene la humanidad.

-Sin duda.

-Con todos esos arquetipos que se repiten de civilización en civilización.

-Quizá. Hay formas que se repiten y otras que se renuevan. Yo escribo cuentos de los dos tipos.

-Pero siendo jurista, docente, articulista... y con otros géneros que también ha tocado como el ensayo, la narrativa, ¿por qué el cuento?

-El cuento y yo es una unión muy antigua. Me acuerdo cuando publiqué Cayumbo, mi primer libro de cuentos, en el año 1955. Ruiz Esteban me hizo una entrevista que tituló: «Ante todo soy cuentista». Claro... aquello se prestó a multitud de bromas (sonríe). Y es verdad que he hecho novelas, teatro, pero en el cuento me encuentro muy a gusto desde aquella antología Cuentos extranjeros, de 1952, con portada de Gil Tovar.

-Supongo que le gusta el cuento porque cabe el humor, la tragedia, la pasión, el misterio...

-En el cuento cabe todo. Por eso, cuando me han preguntado sobre de qué va Cuentos completos... ¡Cómo que de qué va! De todo. Salvo la parte que corresponde al libro Cuarenta adulterios, con una temática determinada, y aún así tratados de muy diversa maneras, los demás hablan de todo lo que hay en la vida.

- Pero parece que estamos hablando en pasado. Sigue escribiendo, ¿no?

- Sí, me han criticado un poco el título de la obra, que suena casi a post mortem. Y yo no estoy muerto todavía y espero no morirme aún (ríe). De hecho, el último de los cuentos incluidos fue apenas unos días antes de que se cerrase la edición. Cuentos completos no significa punto final.

-Entonces, hay cuentos suyos desde...

-Desde que tenía 20 o 21 años... Unos 68 años.

-Eso es toda una vida. ¿Se reconoce cuando relee lo que escribió hace 68 años?

-La verdad es que me he quedado muy satisfecho. Y algunos me sonaban ajenos. Los he leído como ajenos y... me han gustado.

-Y en todo este tiempo no ha vivido del cuento, nunca mejor dicho.

-La verdad es que en mis inicios en Madrid yo estaba en un ránking muy por encima de otros... Pero claro, al volver a Córdoba, al dedicarme a la abogacía e, incluso, al tener que ocultar mi condición de escritor a veces... Por ejemplo, había un compañero que decía quererme mucho, pero continuamente me mandaba dardos envenenados: «A Rafael lo que le gusta es la literatura», decía. No porque no fuera cierto, sino porque era una forma de desligarme de la abogacía en una época donde no se entendía la compatibilidad, donde el que fuera escritor no podía ser un buen abogado.

-Con todos sus años de experiencia y de conocer Córdoba y los cordobeses, y jugando con las palabras, ¿que es lo más cuentista en la sociedad cordobesa?

-(Ríe). Esta ciudad de cuentistas está así (hace un gesto señalando con la mano una barbaridad). Ahora, si hablamos de escritores, Córdoba y su provincia se caracteriza más que por sus narradores por sus poetas, que eclipsan todo. Y mire que la asociación Mucho Cuento está haciendo bastante para dar a conocer a los escritores de este género y su obra.

-¿Y cuánto de Córdoba hay en esos cuentos?

-Tanto como hay de mí, que soy muy cordobés. No tanto de esa forma de, por ejemplo, citar a Santa Marina, a San Lorenzo... Es lo que hay de cordobés porque mi espíritu lo es.

-No es imprescindible, pero los cuentos, al menos los infantiles, tenían su moraleja...

-Hombre, eso de «niño hay que ser bueno que si no vas al infierno»... Eso no. Pero todo lo que se escribe bien tiene su moraleja, dice algo, enseña algo, provoca una meditación... Y el cuento es muy provocador. El cuento necesita un lector cómplice, a diferencia de esos best-sellers. Un lector se sienta en un sillón con un best-seller y... ¡Ahí se lo echen todo! Puede no tener una idea propia tras leer 1.500 páginas. En cambio los cuentos, no solo los de carácter enigmático, casi todos provocan al lector y necesitan de su complicidad. El cuentista necesariamente precisa un lector inteligente.

-Dice Antonio Fraguas ‘Forges’ que «conozco a gente inteligente que no tiene sentido del humor, pero no conozco a ninguna persona con sentido del humor que no sea inteligente». En los cuentos hay mucho humor.

-Lo mismo pienso yo. El sentido del humor es fundamental en la vida, conlleva una capacidad crítica y también de autocrítica, un distanciamiento... Es muy sano, tanto como el zumo de naranja. En muchos de mis cuentos hay, como dice la gente, retranca.

-Me ha llamado la atención lo del zumo de naranja.

-Cada día desayuno con un zumo de naranja y el Diario CÓRDOBA.

-¿Y cómo le sienta?

-El zumo de naranja muy bien, tengo 87 años. Las noticias del día, depende (ríe).

-Última pregunta: ¿a quién se le puede dedicar un libro de toda una vida?

-Éste, al lector inteligente.