La 36ª edición del Festival de La Guitarra de Córdoba se cerraba el pasado sábado con dos horas y media de concierto de Steve Vai, a modo de sobredosis eléctrica de las seis cuerdas.

El virtuoso guitarrista retoma en esta gira uno de sus discos más personales, editado hace veinticinco años, Passion & Warfare, que interpretó en su totalidad en un teatro de La Axerquía con algo más de media entrada. Lo hizo junto a otros éxitos de su extensa carrera, con presencia virtual y sincronizada en la pantalla de video de compañeros de aquellos tiempos, como Brian May, John Petrucci o Frank Zappa, además de imágenes de sus propios videos, incluidas las de la famosa película con Joe Seneca y Ry Cooder en la sombra, Crossroads.

Steve Vai parece dormir con las guitarras (de las que lució varias Ibanez, su marca habitual). Las domina de clavijero, iluminado o no, a palanca, hasta el punto de parecer una constante exhibición de ese poderío absoluto. Es su estilo, su seña de identidad. Pese a ese bendito eclecticismo del que se supone que nutre sus composiciones, Vai ha sabido posicionarse en un sonido propio, inconfundible y sin etiquetas, una especie de turbina de miles de aristas de brillantes colores que parecen sucederse demasiado rápido, con el riesgo de preguntarnos si ha ocurrido en realidad lo que hemos escuchado. Un aparente e incesante espejismo de fraseo vertiginoso que tanto maravilla como aturde, quién sabe si influenciado por el zumbido de las abejas a las que está acostumbrado (es apicultor en su tiempo libre).

Si eso lo trasladamos a la composición, y de forma especial la de este disco que retrotrae, es cuando comprendemos la sorpresa de Frank Zappa (rey de laberintos) cuando aquel joven, alumno aventajado de Satriani, transcribía sus solos sin pestañear. Con una versatilidad capaz de acompañar a Dave Coverdale o a Eros Ramazzotti, Vai llena el escenario cuando interpreta Stevie’s Spanking, de Zappa, o su más famosa balada con capa india, For the love of God, con la que levantó a un público hasta entonces demasiado estático.

En los tambores, una efectivísima apisonadora «abollaplatos» llamada Jeremy Colson, todo un alarde de empaste y cohesión con el líder, sin olvidar la expeditiva labor de Philip Bynoe con el bajo y Dave Weiner con la guitarra.

Para el final dejó Build me a song y Racing the World. En la primera interactuó con dos personas del público a las que invitó a subir al escenario, protagonizando uno de los momentos más simpáticos de la noche. Fue requerido para un bis, para la que eligió Fire Garden Suite, de su disco homónimo.

En resumen, Steve Vai demostró en Córdoba ser uno de los guitarristas más personales y eruditos del la historia reciente del rock, si bien, es precisamente ese rasgo el que, a veces, pudo volverse contra él y hacer saturar o saltar por los aires las neuronas de los mortales menos correligionarios.