Entre el cine de género -mutante, pues comienza como una cosa y se transforma en otra, lo mismo aparece la comedia que el terror y de coartada el romance- y el político -ya que afronta temas como el racismo en el aquí y ahora de la sociedad norteamericana, por ejemplo- navega la muy interesante ópera prima como director del actor y cómico Jordan Peele, que también firma el guion. Si uno lee la sinopsis argumental de esta película podría acordarse de títulos como Los padres de ella (2000), El padre de la novia (1991)... sin embargo, nada más alejado de la realidad. Asimismo podría pensarse en Adivina quién viene esta noche (1967), aunque ahora el género fantástico irrumpe de una manera bestial para dar un brochazo de gran originalidad a esta crítica social.

Déjame salir arranca con cierto aire de normalidad. Una pareja de enamorados formada por chico negro y chica blanca se preparan para pasar un fin de semana en la lujosa mansión de los padres de ella. Todo transcurre sin estridencias y con aire de comedia o drama (según se mire) romántico, salvo algún sobresalto en la carretera, de camino al infierno. Poco a poco el asunto adquiere tintes extraños, pues los padres de ella, excesivamente afables en apariencia, ella psiquiatra y él neurocirujano, no sólo no ponen reparo alguno a la elección de su hija sino que lo ven con empalagoso agrado, ya se irá detectando por qué.

Algún toque de humor hay, con mordaz ironía. El cuento de futura felicidad se irá transformando en un relato kafkiano, a partir de la intención obsesiva de la futura suegra que pretende, por el método de la hipnosis, quitar del tabaco a su futuro yerno. A partir de entonces, todo se dispara y el protagonista vivirá la peor de sus pesadillas después de asistir a una fiesta donde ha de aguantar todo tipo de indirectas hacia el color de su piel y donde empieza a sospechar lo que se le va a venir encima y de donde desesperadamente querrá escapar.