LA COSA DEL RÍO

Autor: Fernando Molero.

Editorial: Rosetta.

Ciudad: Murcia.

Año: 2018.

Las estrechas relaciones de la literatura con el cine han quedado de manifiesto en gran parte de la obra del escritor cordobés, de Fernán Núñez, Fernando Molero Campos. Me atrevería a decir que desde sus mismos comienzos en el terreno del relato corto, ya sea en forma de homenaje a determinados títulos, tomando elementos de películas para mantener con ellos un claro diálogo intertextual o empleando técnicas propias del cine como puedan ser el travelling, el primer plano o la panorámica. Basta rastrear su obra, que cada vez es más amplia -seis libros de cuentos y cuatro novelas-, para constatar esta afirmación.

Ahora, gracias a La cosa del río, publicado por Ediciones Rosetta, una joven editorial que apuesta fundamentalmente por libros de temática cinematográfica, esas relaciones entre la palabra y la imagen han encontrado un modelo de confluencia a medio camino entre lo que podríamos denominar dos tipos distintos de escritura: la propia de la novela y la específica del guión cinematográfico. Sí, porque La cosa del río es una novela escrita con la estructura de un guión. Sin embargo, el uso tan elaborado del lenguaje deja claro que estamos ante un texto literario cien por cien que comparte ciertos rasgos de la imagen en movimiento pero que lo aleja al mismo tiempo del andamiaje mucho más sintético de lo que cualquiera puede hallar en la lectura de un libreto formulado como guion. Y no es la primera vez que lo hace, pues en su anterior novela, La carne y la palabra, aparece un capítulo titulado «Una cuestión de guiones». Fernando Molero Campos, autor de relatos, parece cada vez más interesado en ampliar su universo literario en las largas distancias. Ahora, en La cosa del río, una novela cuando menos singular, se ha empapado de cine de terror y ciencia-ficción de serie B americano de los años 50 para contarnos la historia de un hombre que es mordido por una trucha mutante a la orilla de un río. Como consecuencia de esta mordedura, poco a poco, irá metamorfoseándose en una especie de monstruo a medio camino entre un humano y un pez. Las imágenes de la película de Jack Arnold La mujer y el monstruo vuelven a la retina al leer esta novela por la que transita un nutrido grupo de personajes entre los que no faltan policías, agentes del FBI, una ictióloga, un científico nazi, el ejército de los EEUU o un periodista. Incluso, rizando el rizo, en la segunda parte de la misma, el autor se atreve a dar un giro a su historia para introducir una nueva ficción dentro de la ficción al incluir el rodaje de una película basada libremente en los acontecimientos acaecidos en la primera parte del libro. Así pues, los personajes de ambas partes se mezclarán en una suerte de juego de espejos que imitan el doblaje. Sí, en La cosa del río descubriremos que prácticamente todos los personajes aparecen desdoblados.

Para no liarnos con los personajes, el autor incluye al final de la novela una biografía ficticia de todos y cada uno de los personajes, tanto de los principales como de los secundarios o de aquellos que son poco más que actores con frase. Y aquí radica, quizá, otra de las singularidades de la novela. Una voz enunciadora o narradora nos va contando la historia y suministrando información sobre el curso de los acontecimientos o las actitudes y sentimientos de los personajes, pero, como si de una película en pleno proceso de proyección se tratase, son estos mismos quienes, con su palabra, establecen relaciones y hacen avanzar la historia. Hasta un punto en que Fernando Molero Campos decide, igual que ocurre en los cines de verano y ocurría antiguamente en cualquier cine de pueblo, introducir un intermedio, realizar un parón en el relato. No para comprar bebidas o palomitas sino para insertar en el cuerpo del texto un relato corto titulado Amor en blanco y negro, que es asimismo un homenaje a la película de David Lean, Breve encuentro. Y el lector descubrirá, por supuesto, más innovaciones pretendidas por el escritor, como que aparezca en la página o en la pantalla (que uno nunca tiene muy claro si está leyendo un libro o visualizando una película) el The end, que incorpora la explicación de cómo y por qué decidió escribir el libro, lo que viene siendo un making off o una larga nómina de películas imprescindibles de serie B de terror y ciencia-ficción de los años 50.

Véase, pues, La cosa del río, como un divertimento seriamente literario que gustará tanto a los amantes del género cinematográfico fantástico como a los lectores que busquen una prosa tan sólida como a la que nos tiene acostumbrados este autor cordobés.