Autor: Plauto.

Producción : Cía. Teatro PAR.

Intérpretes: Enrique Garcés, Carlos de Austria, Margarita González, Antonio Dios, Anabel Cámara, Ana Risquez, Alvaro Barrios, Domingo Migueles y Rafael de Vera.

Lugar: Patio de las Columnas del Palacio de Viana.

Con este Miles Gloriosus estamos ante una de las grandes comedias del teatro universal desde sus comienzos en la Roma ya lejana en el tiempo, pero que dejó sentadas ya las bases para muchos de los personajes arquetípicos de todos los tiempos: el criado pícaro y desenvuelto que hace lo imposible para que triunfe su amo en todas las aventuras que emprende, las dueñas, amas y alcahuetas que tendrán su máximo exponente en Celestina, los viejos más o menos verdes y personajes ridículos que han poblado toda la historia del teatro.

Teatro al que hoy hace mella la crisis en el sentido de que se hace necesario un recorte en los personajes, así en este montaje se prescinde del coro, que en el fondo introduce al espectador en la historia, para cargar con este papel a Palestrión, el esclavo, que hace de maestro de ceremonias explicando el porqué de la acción y en algunas ocasiones el qué. Probablemente, esta puesta en escena haga que la acción se ralentice en algunos momentos y pierda un poco de frescura de la obra original. Todos los actores muestran sus dotes interpretativas al incorporar sus distintos personajes: Quique Garcés expeditivo en su papel, Antonio Dios trabaja un tipo distinto de criado, Rafa de Vera es un perfecto guardián del vino, Carlos de Austria añade a su personaje una buena carga de trabajo corporal y de técnica de voz, Domingo Migueles cumple con su joven Pleusicles enamorado; las actrices aportan algo más de frescura a la obra: Margarita en su papel dual, Anabel Cámara y Ana Rísquez presentan toda la carga erótica que precisa la puesta en escena. Alvaro Barrios es el Miles, el fanfarrón al que, si acaso, le sobra algún amaneramiento puntual.

Una buena ocasión para aprovechar una noche en la que el calor no se dejó sentir y disfrutar de una representación teatral en la que dejar fluir la risa, a pesar de que el público no fuera excesivamente proclive a ello.