Prácticamente lleno absoluto en el Gran Teatro para asistir al espectáculo con el que el Instituto Municipal de las Artes Escénicas (IMAE) rindió homenaje el pasado día 27 al Día Mundial del Teatro. Un escenario prácticamente sin nada, sólo una mesa y cinco candelabros con estrellas de ocho puntas, posible alusión a los cinco supuestos juglares nómadas de una secta empeñados en aunar las tres religiones: judíos, árabes y cristianos. En Misterios del Quijote, El Brujo habla obviamente de la novela de Cervantes, mezclando todas las dicotomías posibles: la realidad y la fantasía, la locura y la razón, reflexiones sobre lo divino y lo humano.

Utiliza sabiamente todos los recursos vocales, actorales, de baile, de improvisación a veces, para llegar a su público. Un público que se le entregó desde el minuto cero. Rafael Álvarez crea un clima de complicidad con el espectador a través de tics, gestos de brazos y manos, bailes y la palabra. Juglar de la palabra se autodefine, y a través de ella crea un discurso accesible y jocoso, lleno de un humor que no por ya conocido deja de llegar al público.

Juega a jugar con Cervantes, como si el Quijote no hubiera sido escrito por él, a través de digresiones históricas ciertamente serias que en el fondo no tienen base alguna pero hacen reflexionar: teatro dentro del teatro. Juega con el espacio y el tiempo; desde los personajes quijotescos como Sansón Carrasco, el ventero, el Vizcaíno y las doñas putas, hasta conceptos como el Evangelio o el Santo Grial, para llegar con solvencia al público a través de ácidas críticas y anécdotas personales como si él mismo se enfrentara, lanza en ristre, con los gigantes-molinos de la política, la sociedad o el poder, sobre todo, de los altos estamentos culturales. Juglar de la palabra… del Grial… de la Rosa Blanca.