ORQUESTA DE CÓRDOBA

DIRECTOR: Lorenzo Ramos.

PROGRAMA: Obras de Glinka, Borodin y Stravinsky.

Con la reciente noticia de la apertura de plazo para la selección de un nuevo director para la Orquesta de Córdoba flotando en el aire, Lorenzo Ramos dirigió en las noches del jueves y ayer el programa monolíticamente ruso que constituyó el quinto concierto de la temporada de abono.

Y flota en el aire una sensación de localismo recalcitrante en relación con las condiciones que se requerirán a la persona que ocupe el podio en las dos próximas temporadas: el requisito de que hable castellano y pertenezca a algún país de la Unión Europea (o disponga de permiso de residencia en caso contrario) parecen sacadas de un manual del perfecto provinciano que nada necesita allende los límites de su pequeño mundo. ¿A qué le tenemos tanto miedo? ¿A que venga alguien de fuera y lo haga fenomenal? (y, ¿qué es «fuera» en un mundo globalizado? ¿la exosfera?). No consuela aquello de que el ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra. No terminamos de aprender; a veces parece que ni empezamos.

El concierto del jueves arrancó con la Obertura de Ruslan y Ludmila de Glinka, con Ramos atacando con decisión la partitura, de igual forma que los fragmentos de El príncipe Igor de Borodin. Apresuradas fueron ambas versiones --excepto en el comienzo de la Obertura de El príncipe…--, reiterando una forma de hacer de nuestro director: buscar el brillo a través de la premura, apresurar al paso para reflejar dinamismo.

En la segunda parte sonó la suite de Pulcinella con una vuelta a las urgencias, sólo que, en esta ocasión, siendo una obra estilísticamente más ambiciosa y exigente, las carencias se hacen más evidentes: del sonido arcaico que el ruso construye con la simplificación de la escritura, de la levedad de las orquestas de cámara que remite a otro tiempo, quedó poco, a decir verdad.