El poder de convocatoria de Daniel Barenboim fue una evidencia ayer en el Gran Teatro, donde el prestigioso director y pianista celebró el 700 aniversario de la Sinagoga de Córdoba junto a los miembros de la Orquesta West-Eastern Divan, una actuación que había levantado mucha expectación, no solo en su aspecto musical, sino por las connotaciones sociales y humanas que se desprenden del famoso proyecto del director argentino. A través de la música, Barenboim y los jóvenes intérpretes palestinos, israelíes y de otras procedencias que integran esta orquesta aspiran a demostrar que la paz entre palestinos e israelíes es posible, pese a las diferencias políticas y culturales entre ambos pueblos, en unos momentos de especial sensibilidad ante estos conflictos tras los terribles atentados de París, algo que, inevitablemente, estaba en la mente de todos y se respiró en el ambiente.

VARIADO PUBLICO Pese a que es la tercera vez que el maestro actúa en Córdoba, en el viejo coliseo no cabía ni un alfiler. De hecho, las entradas se agotaron rápidamente para asombro y pena de muchos. Las principales autoridades de la ciudad, encabezadas por el alcalde, José Antonio Nieto, y el delegado municipal de Cultura, Juan Miguel Moreno Calderón, y de la Junta de Andalucía, representada, entre otros, por la delegada del Gobierno, Isabel Ambrosio, y la delegada de Educación, Cultura y Deporte, Manuela Gómez, junto a otros representantes del mundo de la cultura y de la política y artistas como Vicente Amigo, se dieron cita junto a un muy variado público, para escuchar un concierto integrado por obras de tres autores franceses: Pierre Boulez, Achille-Claude Debussy y Maurice Ravel, uniendo así a un autor contemporáneo como el primero con los dos "genios de la música francesa", como Barenboim los califica.

El concierto empezó con una larga (duró casi cincuenta minutos) y compleja pieza de Boulez, Dérive 2 , que suscitó muy diversas opiniones, entre otros aspectos porque es bastante desconocida para el gran público, aunque los expertos en la sala valoraron el buen hacer de los jóvenes músicos, calificando su interpretación como "excepcional".

Más asequible fue la segunda parte, que impregnó al Gran Teatro de un ambiente festivo y de celebración. Tras interpretar a Debussy, Barenboim escogió para poner el broche de oro a este concierto cuatro obras de Ravel de muy marcado acento español que el público, en pie, celebró y supo agradecer con fuertes aplausos. Las expectativas creadas se cumplieron y los privilegiados asistentes salieron del concierto con la sensación de haber vivido algo muy especial.