Antonio Villa-Toro solo vivió su infancia y juventud en Castro del Río. Pronto marchó a diversos puntos de la geografía, para residir en Madrid casi toda su vida, pero se siente muy cordobés y muy castreño. Trabaja sobre Córdoba y su legado, su materia y paisajes, recuerda la gran exposición sobre los Omeyas, sobre Domus Aurea (recreación del inmenso ajuar de la casa de Nerón). O La Habana, precedente iconográfico de los péndulos. Antonio Gala encuentra en la obra de Villa-Toro una larga sabiduría: «Su pintura es el resultado de un autismo y un ensimismamiento. De ahí que no brote ninguna música de estos cuadros, ningún ruido. Los astros emiten su música callada. El silencio es el vehículo que aquí emplea el misterio para instalarse y gobernar. El misterio de que se nutre la esperanza».

En su estudio de la sierra de Madrid trabaja en su nueva obra, llena de materia y tierras diversas. Allí se ha desplazado el alcalde de la localidad, José Luis Caravaca para protocolizar un convenio mediante el cual el artista donará al municipio un centenar de obras para ser expuestas permanentemente en la capilla de San Acisclo y Santa Victoria, fuera ya de culto y de propiedad municipal. Villa-Toro quiere que las obras se cuelguen con las tendencias actuales; obras que descansen, sin estar muy abigarradas, a baja altura. «Siguiendo el modelo de la Bienal de Arte de Venecia que se celebra estos días», comenta.

En la capilla, que albergará la obra del artista, habrá un recorrido por diferentes ciclos, donde se solapan intereses y temáticas. Habrá muestra del expresionismo, que triunfó en Alemania durante los años 80, en una adopción estilística que tiene que ver mucho con su temperamento y su bagaje cultural.

«Ahora puedo y quiero hacer lo que me dé la gana. Por primera vez estoy mezclando abstracciones con figuras, paisajes o bodegones. A partir de ahora, mis exposiciones no van a tener una tendencia clara artística que se lleve, sino que va a estar todo mezclado», declara el artista.