Los libros de historia están llenos de artistas cuyos nombres se escribieron en mayúsculas, encumbrados a la fama por el destino o la fortuna mientras coetáneos de igual o mayor mérito murieron condenados al olvido. La historia, como la vida, no siempre hace justicia con las figuras de mayor valía si bien el tiempo acaba por poner las cosas en su sitio.

Nada menos que 400 años han hecho falta para que Córdoba, ciudad natal del pintor barroco Antonio del Castillo (1616-1668), haya organizado un merecido homenaje a la obra de uno de los artistas más singulares y versátiles de la pintura del XVII en Andalucía y en España, impulsado por la Consejería de Cultura de la Junta de Andalucía, con la colaboración de la Diputación de Córdoba, del Ayuntamiento, de la Diócesis y de la Universidad de Córdoba, del Centro Asociado de la Universidad Nacional de Educación a Distancia en Córdoba y de la Fundación Cajasur. Un artista, que gozó del beneplácito eclesiástico, su mejor cliente y que, según los entendidos, «no tiene nada que envidiar a Velázquez, Murillo o Zurbarán». De ahí que la exposición Antonio del Castillo en la ciudad de Córdoba tenga cierto matiz de acto de justicia y que sea de obligado cumplimiento para los cordobeses dejarse llevar y recorrer el rastro del pintor, de sus coetáneos y seguidores, por toda la ciudad para deleitarse con 35 obras: retablos, pinturas murales o cuadros de altar.

La exposición, presentada ayer oficialmente por el deán de la Catedral, Manuel Pérez Moya; la viceconsejera de Cultura, Marta Alonso Lappí, y la comisaria de la exposición, Paula Reventa, discurrirá hasta el 28 de febrero por tres itinerarios, el primero de los cuales abarca la Mezquita-Catedral y el Santuario de la Fuensanta, con obras de Antonio del Castillo, Cristóbal Vela y Antonio Palomino. El segundo recorrido conecta la iglesia de Santa Ana, el Gobierno Militar, la iglesia de la Trinidad, la de San Francisco, y el Palacio de la Merced y el tercero discurre por la iglesia de San Andrés, la del Hospital de Jesús Nazareno, el Palacio de Viana y la iglesia de Santa Marina e incluye obras de Antonio del Castillo, de Antonio Palomino, de José Ruiz de Sarabia o de José Saló.

Pérez Moya, que destacó la vinculación del pintor con la Iglesia, aseguró que los cuadros de Del Castillo «no son meras obras de arte sino documentos que muestran la religiosidad de una época». Cabe recordar que muchos de los cuadros que poblaron edificios religiosos pasaron al Museo de Bellas Artes tras la desamortización y que la exposición permite ahora verlos en el lugar para el que fueron concebidos. Por su parte, la viceconsejera de Cultura hizo hincapié en la necesidad de reivindicar la obra de un artista poco conocido «pese a que su obra se encuentra en pinacotecas de toda Europa».