La desaparición del poeta cordobés y universal Pablo García Baena supone la pérdida del poeta español vivo más importante del siglo XX y lo que va hasta ahora del XXI. Y no se trata de palabras cariñosas ni subjetivas sino que son demostrables a través de los propios textos del poeta. De todos los poetas de Cántico, el más longevo, el más admirado, por su palabra cristalina, bella, pulida y de una perfección sin defectos fue Pablo García Baena. Conversé muchas veces con él, por lo que no pretendo hacer un estudio severo y de análisis de su obra, sino un acercamiento a su personalidad literaria y humana. Varias veces conversé con él en su casa de la calle Obispo Fitero de Córdoba. Otras, incluso, vino a mi casa. A él le encantaba profundizar en Cántico y en su poesía, que metiera mis manos de cirujano periodístico para extraerle los recuerdos aplicándole una anestesia de amabilidad y delicadeza. Él me sabía rudo, pues conocía mis desavenencias con la poesía sensiblera neorrealista y que yo amaba el esteticismo gongorino, aunque procuraba no atacar por ahí para no herirlo u obligarlo a tomar partido. Un partido que nunca tomaba sencillamente porque él estaba del lado de los poetas de la autenticidad, de la genialidad, de los que aman la palabra poética por encima de todo. Por eso fue otro esteticista llamado Guillermo Carnero el que sacudió el panorama de la poesía española cuando publicó aquel libro sobre el Grupo Cántico de Córdoba. Aunque ya había otros poetas que se habían fijado en ellos como Mariano Roldán, Manuel Mantero y luego Carlos Clementson, Luis Antonio de Villena, José Lupiáñez y otros, pero fueron los Novísimos, algunos como Carnero, Gimferrer y algún otro los que quisieron elegir a estos poetas como ejemplo a seguir. Sencillamente porque se habían adelantado treinta años a su estética. Cuando todo era poesía social o garcilasista, Cántico inició un recorrido nuevo, flamante, de cultura, gracias a Ricardo Molina, un extraordinario hombre de cultura y de intelectualidad, y a Pablo, un poeta de una finura y un encanto envidiables.

Ahí comienza la historia de un amor por la poesía con la que no puede nadie. Incluso, cuando la moda de la poesía sentimental granadina de los años 80 intenta arrasarlo todo, incluso a los Novísimos, se encuentra con un muro tan grande que no tiene más remedio que flanquear porque la discusión era imposible. De ahí que almas críticas como las de Villena, García Martín, García Posada o Víctor García de la Concha dividen su corazón entre dos amores: la poesía de moda, la del discurso único, la convencional y hegemónica y la auténtica poesía.

Ese dolor destinado a la autenticidad y a la belleza, a la diferencialidad creativa es Cántico y Pablo, que al ser uno de los mejores y de los que más años duró se convierte en el ángel de la poesía. Aunque la resistencia del poder ha cometido con él alguna injusticia, como la de que no le dieran el Premio Cervantes o el propio Premio Nobel, a pesar de merecerlo sobradamente.

Volviendo a Pablo, quiero recordar en aquellas conversaciones con las que podría hacer un libro, que siempre procuraba hablarme de los detalles de su vida y de los aspectos de su obra, de Cántico, de Córdoba, de sus amigos, de su quehacer cotidiano. Siempre íbamos con prisa. Algo tenía que hacer o se cansaba, pero en cada entrevista iba avanzando en cosas novedosas, como si se acordara perfectamente de todo lo que me había dicho en la charla anterior. Procuraba quedar con él cuando estaba con el ánimo muy alto, cuando lo veía feliz. Lo llamaba, y si lo veía alegre, forzaba la entrevista para esa tarde. Mi idea era siempre que tuviera la memoria muy abierta, que sus recorridos fueran breves e intensos. Yo no pretendía llenar páginas, sino enriquecerlas con contenidos mágicos que formaran parte de su propia poesía, que aclararan los misterios de sus versos, esos puntos emotivos que te hacen comprender el sentido de la escritura, el ritmo acompasado de su memoria, la música de sus ideas envueltas en versos puros que pocos poetas en lengua castellana podían cincelar.

Él tenía sus manías indulgentes. Siempre me decía que no publicara fotos recientes, sino que tuvieran diez o doce años. Luego llegaba Francisco González Pérez, el fotógrafo del CÓRDOBA y lo convencía -no sé cómo- y publicaba las fotos del momento, del último instante. La verdad es que no se le veía más viejo, sino como mucho, más venerable, más poeta, más espiritual.

CÓRDOBA

Le encantaba comentar la Córdoba de su infancia y de su juventud, de la que decía que era silenciosa, discreta, indolente. Recordaba fielmente aquella ciudad inmutable que marcaba sus horas con las campanas de las iglesias, desde el toque del alba al del anochecer con las ánimas. Decía que más que como la Córdoba descrita de manera tópica por Lorca, aquella «lejana y sola», era realmente ajena a la rapaz generalidad que la destruye, sola, sin compañía posible en la meditación de quien se sabe grande.

Sobre su propia escritura decía García Baena que nunca se propuso una meta, ya que posiblemente los autores leídos deforman la magia favorable del crecimiento de la poesía. Él manifestaba leer de manera voraz, sin planes preconcebidos. No hay que olvidar que fue autodidacta, que nunca pasó por la Universidad, porque su afán por la lectura era insaciable. Amaba -eso salta a la vista en sus versos- a los clásicos como Shakespeare, así como a los poetas metafísicos, a Mallarmé y a Galdós, se apasionó por el teatro de Chejov y por la novela francesa del XIX. Devoró a Stendhal, Gautier, Balzac, Barvey d’Aurevilly, Whitman, Goethe, Petrarca y Baroja. Él marcó su universidad, de ahí que los honoris causa que le dieron recientemente estuvieron más que merecidos.

De la obra, destaca por ejemplo Rumor oculto (1946), Mientras cantan los pájaros (1948), Antiguo muchacho (1950), Junio (1957), Antología poética (1959), que fueron sus primeros libros. Luego llegaron los largos años de silencio. En Rumor oculto reúne los poemas primeros, algunos procedentes de los cuadernillos caligráficos. Juan Ramón y el 27 están presentes y ese romanticismo que invade en esos años modas femeninas, decoración, amores platónicos, honestidades, amigos muertos. Y algo del garcilasismo imperante: Égloga de Belisa. Pasos titubeantes de un primer libro donde lo nuevo, lo personal, es lo más antiguo: el pecado y la culpa, los deseos carnales y la insatisfacción.

Mientras cantan los pájaros aparece como suplemento de Cántico en el año 1948. La voz del poeta novato del primer libro (Rumor oculto) se hace aquí más personal y cálida. Los temas bíblicos, lujosos y crueles, la soledad de los campos y del alma, profundizan en muchas de las claves por donde discurrirá su poesía. Antiguo muchacho lo publica Adonais en 1950 y es la evocación desde la nostalgia de la infancia y adolescencia y donde no abandonan al poeta la pasión por el tiempo ido. Óleo es de 1950, se publica en Madrid, en la colección Ágora que dirigía Concha Lagos. García Baena halla en este libro su Miércoles de Ceniza, pues habla desde la soledad y del arrepentimiento de algo.

Los primeros libros del poeta cordobés no fueron acogidos con entusiasmo, él los califica de benevolencia, Textos esenciales de Gerardo Diego fueron de los más clarividentes. También Aleixandre escribe una carta preciosa y emotiva a los fundadores de Cántico. Recuerda, igualmente, el poeta un artículo de Melchor Fernández Almagro que lo llenó de vanidad.

Tras la recuperación de Cántico, tras el silencio y tras el libro de Carnero, García Baena recibe el revulsivo del Premio Príncipe de Asturias, un espaldarazo apoyado por poetas como Dámaso Alonso, Rosa Chacel, Gil de Biedma, Martínez Cachero, Vargas Llosa y hasta el propio Jesús Aguirre, Duque de Alba, entre otros. Corría el año 1984 y la ceremonia fue memorable, ya que recibió el galardón de manos del Rey Juan Carlos. Recuerda el poeta «las atenciones infinitas e imborrables de los asturianos. Y el empezar a sentirme incómodo con una vida que no era la mía». La fama, el reconocimiento le llegaba al fin al poeta. Antes recibió el nombramiento de Hijo Predilecto de Córdoba y luego, a partir del Príncipe de Asturias, el de Andalucía o el Premio de las Letras Andaluzas, coronado más tarde con el premio Reina Sofía de Poesía, seguido mucho después por el García Lorca. Hasta los poetas neorrealistas se ponían a sus pies, aunque, como dije más arriba, siempre hubo reticencias para no concederle el Cervantes o no proponerlo de manera contundente para el Nobel, que últimamente lo ponderan para poetas españoles o novelistas de escasa importancia y valor literario.

Otro reconocimiento fue el de concederle la dirección del Centro Andaluz de las Letras, del que hasta el día de su fallecimiento ha sido director honorífico, como me corroboró a mediados de diciembre su propio director gerente, Juan José Téllez. Aquello fue una idea original de la consejera de Cultura de la Junta de Andalucía Carmen Calvo.

SU RETORNO

Tras cuarenta incansables años ejerciendo de poeta en Málaga, un día decide volver a su tierra natal, con su familia y sus viejos amigos. Deja atrás a Rafael León a María Victoria Atencia y a tantos amigos. Pero la edad avanzaba inexorablemente y él quería ya vivir en Córdoba, aunque sus escapadas a Málaga eran continuas. Lo explica en Antiguo muchacho, en el poema titulado «El retorno».

A su vuelta, no dudó en decir, incluso en publicar, que sus relaciones con Córdoba eran apasionadas, se comportaba como un enamorado. De ahí sus múltiples reproches hechos a la prensa, que consistían en el desdén en ocasiones. Se enfadaba con esa Córdoba que trataban de transformar los políticos, la sociedad cateta y la veía disfrazada y horrible. Decía que la Judería la habían convertido en un mercadillo. Critica las romerías carnavalescas y muchas más cosas.

Luego fueron llegando algunos de sus últimos libros como Fieles guirnaldas fugitivas o Los Campos Elíseos. El primero lo organiza en trípticos, y los temas son los suyos de toda su vida: Córdoba, la liturgia, el amor, la amistad y la muerte. El segundo es una especie de concierto y sus partes están tomadas de la música.

Pablo García Baena ha desaparecido físicamente y a lo largo de toda su vida volvía a la poesía una y otra vez, como si su propia vida dependiera de ello. La considera como a la música, misterio y precisión, porque una y otra son inseparables. Esa conjunción, esa incapacidad de separación es la clave de su obra. Pablo no perseguía a la poesía sino que ella lo rondaba eternamente hasta en los últimos instantes de su vida.