‘Vosotros, los muertos’. Autor: Ginés S. Cutillas. Editorial: Cuadernos del vigía. Granada, 2016

Para alguien que plantea y ordena una teoría como Ginés S. Cutillas -con el peligro consiguiente de dejar sobre el papel fundamentos en torno a algún género, máxime en este del relato en el que parece que sigue construyéndose esa teoría o, al menos, ordenándose--, que además se atreve a poner en práctica ese marco que ha definido previamente, y aplicarlo con efectividad no resulta una empresa cómoda ni segura. Lógico que luego se pueda mirar con lupa esa coherencia entre ambos marcos: teórico y práctico, pero Ginés no deja fisuras al respecto.

Con unos protagonistas tan especiales -los difuntos-, el autor va construyendo estas piezas cortas, de gran intensidad, en las que el posicionamiento del yo como referente principal nos sitúa en una perspectiva de inmediatez, obligándonos a resituarnos como si la normalidad de esa extrañeza nos fuese ganando poco a poco en este su último libro de micros. Desde el otro lado, el de la muerte o su inminencia, lo inerte, los personajes trazan una vitalidad inusual, sumergiéndonos en nudos imprevistos y desenlaces frenéticos, siempre resueltos con solvencia. En algunos micros -quizás más evidente en la segunda mitad del libro--, puede reconocerse cierta huella u homenaje al gran Max Aub, cuyo cultivo del género tan buen regusto nos ha ido dejando.

Esa vuelta de tuerca, ese giro hacia lo imprevisible aparece como algo de lo más natural dentro de cada historia, pero ello exige en su construcción cierto rigor, cierta solvencia y limar todos los salientes que no conviertan ese cambio de plano en algo que desentone, que no posibilite el transcurrir intenso y el cierre de la historia. Todo ello conteniendo la tensión hasta el límite en el que el espectador precisa saber la resolución del conflicto planteado. No es lo que se dice, sino todo lo que se calla, aquello que se insinúa y cuyo latido mantiene unas constantes vitales en estos «difuntos» en los que no hallamos digresiones, cabos sueltos, sino ese detalle que, de pronto, hace resplandecer la estancia de cada historia. La trama es primordial y, moviéndonos en esa brevedad (respondiendo «a los impulsos cortos de la voluntad», como afirma Enrique Anderson) que el autor propone, resulta interesante comprobar cómo resuelve ese equilibrio entre ambos elementos para servir la acción, los hilos de esa trama convergiendo hacia un único punto. Piezas que nos llevan dentro de esa intensidad, nos zarandean, para, finalmente, dejarnos ante un final que siempre nos obliga a pensar, a girar sobre lo escrito y sorprendernos doblemente.