Volver a la infancia. Es lo que pretenden con su publicación Aquellos maravillosos kioscos los autores Juan Pedro Ferrer y Miguel Fernández Martínez en un nostálgico ejercicio que nos acaricia, nos envuelve y, cual máquina del tiempo a lo H.G. Wells, nos trasporta a aquellos maravillosos años en los que no existían el WhatsApp, ni los teléfonos móviles, ni los ordenadores... y en los que la diversión pasaba por coleccionar álbunes de cromos, jugar a los banzones, darle patadas a un balón en calles sin asfaltar o comprar chuches en el kiosco de la esquina después de merendar. Los cascos de bebida, fuese esta de Coca-Cola, Fanta o Casera, eran reciclables, y había que devolverlos a las tiendas. A ver si se piensa el Gobierno que el reciclaje lo inventaron ellos...Los cromos se cambiaban en la plaza del pueblo, y siempre había alguno que era el codiciado, el que nunca salía en los sobres, siendo así objeto de culto. Las canicas las había de múltiples materiales, pero eran las de acero y barro las más solicitadas. Y al revés que ahora, que los niños lo tienen todo y al momento, había un mes al año en el que el quiosco se convertía en el santuario por antonomasia: el mes de la Navidad. El mes de los especiales de los tebeos, de los juguetes, de los Cine-Exin, los Geyperman, trenes mecánicos y Madelman. De las casas de muñecas y máquinas del millón. Y es que Aquellos maravillosos quioscos, por fin... eran de verdad aquellos maravillosos años. Cuando uno descubre a Borges, cuando se leen por primera vez sus relatos, su poesía, apenas se aprecia su fino humor, escondido entre las líneas de sus equilibrados cuentos. Sin embargo, como descubriremos de la mano de Roberto Alifano en El humor de Borges, el genial escritor estaba muy lejos de ser ese viejo cascarrabias que algunos críticos pretendían hacernos creer. Borges hoy en día es un clásico, a la altura de los más grandes autores del siglo XX, no solo de Latinoamérica. Pero era también un bromista empedernido que a todo le sacaba punta, allá donde estuviera. Alifano, quien acompañara al autor en innumerables viajes, relata más de un centenar de anécdotas que en algunos casos pudieran no ser correctamente interpretadas o entendidas, pero que no cabe duda que son borgianas en estado puro. Sobre todo cuando incisivamente critica a sus colegas escritores, sean estos Gabriel Garcia Márquez al hilo de su Premio Nobel, de quien llega a decir que le «sobran 50 de los 100 años de soledad» o a Juan Jose Arreola, quien en una ocasión de una forma un tanto histriónica le muestra «treinta años de admiración», recibiendo por respuesta...pues «Vaya manera de perder el tiempo». En definitiva, estamos ante un libro de anécdotas borgianas que hará las delicias de sus seguidores... y de sus detractores, cómo no.